Monday, January 30, 2006
Otras isleñas en Lesbos
Belame R. Cuesta
Tomamos pala y carretilla; pero todo duró un segundo. Como en un filme fantástico, comenzaron a surgir de las esquinas muchachos jóvenes, hermosos, muy forzudos, de barrio, machistas, probablemente promiscuos y maltratadores. Ellos saben quiénes somos y por qué queremos construir una habitación propia. Sin embargo, diáfanos, divertidos, solidarios y deseosos de competir entre sí a ver quién era el más fuerte de todos, cargaron con nuestros materiales constructivos.
El evento tiene por supuesto diversas lecturas. Quedan implícitas la supervivencia de la formación que tiene como base la distribución de roles - compartimentos estancos en los que un hombre jamás deberá permitir que en su presencia las mujeres les desafiemos transgrediendo justamente esa distribución. Está también el viejo instinto competitivo que los acosa y que encuentra en tres o cuatro pilas de materiales para palear una magnífica oportunidad para hacer el pequeño campeonato, probar quién es el más valeroso. Y ese valor está en la agilidad, la fuerza. Y todo remite al areté del héroe. Y el héroe es siempre el mejor de los hombres.
Pero si está en medio de este espectáculo el elemento disonante que constituye una pareja de lesbianas entonces todo lo anterior se desestabiliza. Ellos no tendrían que estar interesados en probarnos nada con relación a su areté, su hombría, su capacidad de seducción a través de la fuerza. Saben de antemano que no tendrán éxito.
Para el imaginario ortodoxo masculino, una pareja de mujeres que ha elegido una variante sexual que los excluye, no sólo está exenta de todo valor como sujeto social sino como actrices de esa realidad en la que supuestamente no existimos porque todo nuestro mundo está tapiado por el silencio. Quedaría, por supuesto, la posibilidad de ser la típica fantasía masculina en la que dos mujeres se aman sólo para que ellos las contemplen y más tarde las ensarten con sus miembros, a las dos, haciéndoles saber que el verdadero gozo de toda hembra será siempre completado en la cópula. No somos inocentes. Probablemente al ayudarnos a trasladar el material, aquellos muchachos pretendían asegurarse la entrada nocturna a la habitación que construiríamos con Clara. Ayudarnos, ayudaba a consolidar sus fantasías.
Quedaría sólo una posible tesis por exponer: la de la ayuda desinteresada y auténtica. Esa que asegura la idea en ciernes de que en la Cuba del siglo XXI, los únicos participantes de la realidad que siguen marginando a las minorías están instaurados en el poder. Y aunque esta sea una mala noticia, ya que el poder genera el 100 por ciento de los discursos visibles, siempre hemos tenido fe en los intersticios, en aquello que se cuela secretamente por las hendijas y que en el caso cubano se convierte en una forma más de contestación a un discurso político que se ha dado sostenidamente a la masculinización de la nación. Dicha masculinización ha sido reforzada con la imagen de un líder en botas y barbudo, de quien se destaca invariablemente el tamaño de sus miembros reproductores para reforzar el valor de sus proezas, siempre positivas, a través de consignas e imágenes simbólicas.
En un país donde los niños en los primeros diez años de edad escolar gritan cada mañana la aspiración de ser como otro gran líder reforzado en sus atributos masculinos, su poder de seducción, su arrojo y su belleza (el Ché Guevara) debemos entender que ha llegado la hora de la sobresaturación de fetiches varoniles y que junto a la crisis del poder, se instaura, con pausa, una crisis de la masculinidad que tiene por supuesto sus ecos en la comunidad lesbiana cubana. Lea Más en Rebelión