Sunday, May 07, 2006
Normalización homosexual
La normalización cinematográfica de la opción homosexual ha llegado. Al menos este crítico no recuerda una película destinada a las mayorías que tratara el amor gay de una manera tan natural como lo hace Rosas rojas, comedia romántica que si estuviese protagonizada por una relación heterosexual simplemente sería una más de las decenas disfrutadas (o sufridas) en los últimos años, pero que al tratar el cariño, el sexo y, sobre todo, sus consecuencias con una absoluta ausencia de tics sociales que recuerden la consabida teoría de que "eso no es lo normal", o incluso "lo natural", se convierte casi en pionera.
Dirigida por el debutante británico Ol Parker (no confundir con Oliver Parker, habitual adaptador literario en películas como Otelo o Un marido ideal), Rosas rojas se ocupa del amor a primera vista, de las dudas ante el matrimonio y de la infidelidad de pensamiento más que de obra, con la radical diferencia de que la protagonista del asunto es una chica que, en el momento del acercamiento al altar el día de su boda con un hombre, sufre el flechazo de Cupido al ver en uno de los bancos de la iglesia... a la mujer de su vida. A partir de ahí, la película es una cinta británica más en perseguir la línea de Cuatro bodas y un funeral o Notting Hill, con la particularidad de que apenas nadie se extraña de que ambas son féminas.
Parker, también guionista, alimenta su historia con unos atractivos personajes secundarios (se lleva la palma esa niña preguntona que deja patidifusos a los mayores con sus cuestiones existenciales imposibles de resolver), algo obligado en este tipo de producciones. Sin embargo, nadie clama al cielo por el cambio de opción sexual; si acaso, por el adulterio en sí mismo, ya que, en un acto de valentía narrativa, el marido se acerca más al encanto al que no se puede desperdiciar que al patán fácil de abandonar.
Lo peor es que, en la línea de normalización de la comedia romántica, la película tampoco se ahorra ciertos tópicos, como ciertas sobredosis de almíbar y ese rimbombante final en el alambre del ridículo.
Agradable, incluso inteligente en alguna réplica de diálogo, aunque algo banal cuando se sale de su inhabitual punto de referencia, la historia no sería nada del otro jueves si estuviese destinada a los residentes del territorio de la tolerancia sin reservas. Pero no lo está. Rosas rojas aspira a que sea disfrutada por esa inmensa mayoría donde no siempre ciertas actitudes son comprendidas del todo. Fuente: El País