Tuesday, October 03, 2006

 
Tarnation



Documental autobiográfico con altas cuotas de exhibicionismo es el de este joven gay, abusado y con madre esquizofrénica, que registró su azarosa vida llena de infortunios durante casi 20 años y la convirtió en una película regalona de festivales.


“Tarnation” es una de las películas más bizarras del último tiempo. Es un documental autobiográfico, en el que su director Jonathan Caouette (32) arma una espiral exhibicionista juntando fotos, archivo, videos, imágenes en súper 8 y tomas varias desde que tenía 11 años, para contar su historia y la de su madre esquizofrénica.
La montó en el computador de su novio, editándola con un programa gratuito incluido en su Mac. La apoyó Gus Van Sant, causó furor en festivales y se convirtió en el icono pop independiente del cine del año pasado en todo el mundo. Ahora llega a Chile este viaje alucinante que según palabras de su realizador, es una mezcla de Willy Wonka, la película “Mi Mundo privado” y el cine de David Lynch.
“Tarnation” debe ser una de las cintas más autorreferentes y narcisistas del cine. Pero a la vez descarnada y lacerante. Honesta y cruda. Pop y alucinante. Caouette parte contando la historia de su madre, Renée LeBlanc, la típica chica perfecta estadounidense, encarnación del sueño americano. Linda. A los 12 era ganadora de concursos de belleza locales y modelo de revistas. Pero se cayó de un techo y sus padres, preocupados por supuestas secuelas mentales, la sometieron a tratamientos de electroshock dos veces a la semana por dos años. Después se supo que no tenía nada malo en su cabeza, pero tras los 200 golpes de corriente de la terapia quedó esquizofrénica. Comenzaba su calvario y el de su pequeño hijo.
La madre se la pasó internada, y el pequeño Jonathan vagando de un hogar adoptivo a otro. El padre brilló por su ausencia. Jonathan sufrió maltratos, y en uno de los arranques de su madre, que se lo llevó sin dinero a otra ciudad, presenció a los seis años cómo la violaba el tipo que los recogió en la carretera. Además, el haber asumido su homosexualidad desde pequeño, no lo ayudó mucho a que se sintiera muy a gusto en ninguna parte.
Estaba tan disociado que le diagnosticaron “desorden de despersonalización”: el joven Jonathan se veía siempre desde fuera. Miraba su vida como desde la butaca de un cine. Lo que de seguro resultó una buena forma de enfrentar su realidad y de paso, le dio el punto de vista a su documental. Contado en tercera persona, sin narración en off, sino con algunos textos escritos en la pantalla que dan cuenta de episodios de su vida y la coctelera de imágenes que fue juntando desde que tuvo acceso a una cámara filmadora. Hay momentos impactantes, donde se ve a un Caouette de 11 años, disfrazado de mujer y mandándose unos monólogos a la cámara como heroína de melodrama trágico que dan cuenta de su capacidad histriónica y del instinto de sublimación de sus propios dramas cotidianos.
Su homosexualidad se vuelve un refugio en la adolescencia, al encontrar apoyo en otros como él y se le abre un mundo lleno de referencias artísticas y estéticas de las cuales supo sacar provecho. Ya adulto, radicado en Nueva York y viviendo con su novio, logra la estabilidad suficiente para ponerse a armar este trabajo y ajustar cuentas con su pasado y, en especial, con la situación de su madre.
Devoto de David Lynch, la forma de montar sus imágenes (llenas de efectos, que podrían haber echado todo a perder, pero que aportan), dejan la sensación que la vida de Jonathan Caouette se parece a los sueños perversos que ilustra el propio Lynch en sus secuencias oníricas más perturbadoras. Imposible no ceder a la tentación del melodrama, y a ratos uno se pregunta dónde queda el auténtico afán por mostrar una vida marcada por el dolor y la rabia, y donde la representación del personaje que el mismo autor se ha inventado. Pero esa es otra de las gracias de este singular trabajo de Jonathan Caouette, quien hoy vive la misma vida de antes y se queja que alguien ganó mucho dinero con su película, pero no él. Finalmente, en una entrevista, reafirma la hipótesis de que lo suyo es el melodrama: “Sé que puede sonar tonto, pero el mensaje final de ‘Tarnation’ es que el amor puede superar todos los obstáculos”. Por Daniel Olave M. en LA NACION
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Comments:
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