Wednesday, November 01, 2006
Atrapar a un ángel
"Una y otra vez, interrumpida por lo oscuro y la caída, / brillaba ella terrena. Hasta que tras terribles golpes / franqueó el portal abierto, sin consuelo". Los versos del número 24 de los Sonetos a Orfeo, de Rilke, su poeta preferido, condensan la vida y el destino de Annemarie Schwarzenbach (Zúrich, 1908-Sils, 1942), el ángel devastado, la viajera y escritora suiza cuyo nombre no deja de remontar en el firmamento literario en los últimos años y que hizo de su existencia un fulgurante meteoro consumido por la pasión, las drogas y el mal de vivre. "Es curioso, si fueras un chico, se diría sin duda que eres de una belleza extraordinaria", le soltó Thomas Mann durante una visita de la muchacha, íntima amiga de sus hijos Erika y Klaus, rindiendo tributo el mago a su belleza andrógina y pensando seguramente en el Tadzio de Muerte en Venecia. También Anaïs Nin, que la conoció en 1943 en Brooklyn, la describió en su diario como un chico.
Compleja, ambigua, inasible y a la vez perturbadoramente frágil, símbolo y víctima de una época, la Schwarzenbach ha devenido con el tiempo un personaje de culto, un icono de la fuerza de un James Dean o un Lawrence de Arabia, a los que le unen la extrema sensibilidad (hasta la inestabilidad), una insondable desesperanza, el amor a las máquinas (le encantaba conducir automóviles) y una trágica muerte en accidente -la de ella, al caer de una bicicleta, como Nico, la cantante de la Velvet, otro ángel arrasado-. Autora de varias obras de sombría belleza (en castellano está disponible su hermosa Muerte en Persia, en Minúscula, y la misma editorial publicará en febrero Todos los caminos están abiertos. El viaje a Afganistán 1939-1940), Annemarie Schwarzenbach es un personaje que despierta un interés rayano en la obsesión. Seguramente porque devuelve una mirada especular en la que uno puede proyectar todas sus dudas, anhelos y temores.
La hicieron sufrir -su familia, los hermanos Mann, su condición homosexual, sus adicciones, sus internamientos (camisa de fuerza incluida), las circunstancias de su época-, pero en su dolor hay una extraña dimensión colectiva, como si concentrara las penas de su tiempo y vaticinara las nuestras.
Fuente-El País.es
"Una y otra vez, interrumpida por lo oscuro y la caída, / brillaba ella terrena. Hasta que tras terribles golpes / franqueó el portal abierto, sin consuelo". Los versos del número 24 de los Sonetos a Orfeo, de Rilke, su poeta preferido, condensan la vida y el destino de Annemarie Schwarzenbach (Zúrich, 1908-Sils, 1942), el ángel devastado, la viajera y escritora suiza cuyo nombre no deja de remontar en el firmamento literario en los últimos años y que hizo de su existencia un fulgurante meteoro consumido por la pasión, las drogas y el mal de vivre. "Es curioso, si fueras un chico, se diría sin duda que eres de una belleza extraordinaria", le soltó Thomas Mann durante una visita de la muchacha, íntima amiga de sus hijos Erika y Klaus, rindiendo tributo el mago a su belleza andrógina y pensando seguramente en el Tadzio de Muerte en Venecia. También Anaïs Nin, que la conoció en 1943 en Brooklyn, la describió en su diario como un chico.
Compleja, ambigua, inasible y a la vez perturbadoramente frágil, símbolo y víctima de una época, la Schwarzenbach ha devenido con el tiempo un personaje de culto, un icono de la fuerza de un James Dean o un Lawrence de Arabia, a los que le unen la extrema sensibilidad (hasta la inestabilidad), una insondable desesperanza, el amor a las máquinas (le encantaba conducir automóviles) y una trágica muerte en accidente -la de ella, al caer de una bicicleta, como Nico, la cantante de la Velvet, otro ángel arrasado-. Autora de varias obras de sombría belleza (en castellano está disponible su hermosa Muerte en Persia, en Minúscula, y la misma editorial publicará en febrero Todos los caminos están abiertos. El viaje a Afganistán 1939-1940), Annemarie Schwarzenbach es un personaje que despierta un interés rayano en la obsesión. Seguramente porque devuelve una mirada especular en la que uno puede proyectar todas sus dudas, anhelos y temores.
La hicieron sufrir -su familia, los hermanos Mann, su condición homosexual, sus adicciones, sus internamientos (camisa de fuerza incluida), las circunstancias de su época-, pero en su dolor hay una extraña dimensión colectiva, como si concentrara las penas de su tiempo y vaticinara las nuestras.
Fuente-El País.es