Tuesday, December 05, 2006
Encuentro homosexual en Cuba
La revista Encuentro de la Cultura Cubana dedica su último número al tema de la literatura homoerótica. Se trata de una importante contribución a un aspecto de la cultura y la historia cubana que merece nuevos estudios, pese a la amplia bibliografía aparecida en los últimos años.
La represión a los homosexuales en Cuba tiene dos características que con frecuencia se confunden. Una es la más conocida: la persecución al ciudadano por sus preferencias sexuales.
Con frecuencia se habla de la creación de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP) como el mejor ejemplo de la represión contra los homosexuales. Pero no fue el único. Las condenas a prisión, las redadas, las vejaciones y las expulsiones se extendieron por un período que abarca antes y después de la existencia de la UMAP.
La segunda característica es que esta represión no fue --y no es-- hacia todos los homosexuales, sino entre los homosexuales. En este caso, la fidelidad o vinculación con el régimen fue utilizada como patente de corso. Así surgieron determinados refugios, sobre todo en los organismos culturales, como La Casa de las Américas, el ICAIC y el Ballet Nacional. Se consideraban ''nidos de locas'', pero también sitios vedados.
De esta forma se estableció una dicotomía que despertó odios y rencillas, los cuales fueron explotados por el régimen. El homosexual ''respetado'' ejerció una doble función: su impunidad era a la vez un privilegio y una burla. Despertaba el desprecio, pero también la envidia a los ojos del militante de esquina, machista y resentido. Era también la esperanza o el rechazo para los que compartían con él igual orientación sexual, pero que eran excluidos por razones políticas.
Para muchos homosexuales, la disyuntiva no fue entre ser ''macho'' o ser ''loca'', sino entre ser un revolucionario ''pasivo'' o ''activo''. Fue por ello que la homosexualidad actuó como un intensificador de las actitudes revolucionarias y contrarrevolucionarias. Muchas veces en la esfera cultural, a diferencia de lo que ocurría en la educación y el ejército, la orientación política expresada en la fidelidad absoluta al responsable del organismo --y no la sexual-- fue el criterio definitorio.
Durante los años de persecución declarada, predominaron dos actitudes ante los homosexuales: la línea dura consideraba que eran depravados, la vertiente liberal argumentaba que eran enfermos. En ambas, el Estado asumía la obligación de actuar contra la ``anormalidad''.
El cambio vino no por voluntad gubernamental, sino impuesto por las circunstancias. En la crisis del Mariel, declararse homosexual --fuera verdad o mentira-- equivalía a ser expulsado del país. En ese momento los homosexuales le ganaron la batalla a Fidel Castro. Hasta entonces el régimen había intentado ''curarlos'' o ''reformarlos''. De ahí en adelante se declaró vencido.
Al igual que en otros gobiernos totalitarios, la persecución homofóbica en Cuba tuvo su origen en un objetivo unificador --el afán en acabar con lo diferente--, pero también fue guiada por esa evaluación machista que caracteriza al homosexual como un ''enfermito'', alguien fácil de aniquilar o doblegar.
Resultó todo lo contrario. En cuanto a cifras y alcance, ningún movimiento opositor ha logrado superar a los homosexuales en su tenacidad y resistencia. Cientos de presos políticos se acogieron a los planes de ''reeducación'', miles de desafectos optaron por la prudencia, millones de inconformes prefirieron callar. Las ''locas'', sin embargo, demostraron ser incurables e irredimibles.
El alcance de la victoria fue más allá de un triunfo frente a la revolución. Implicó un cambio en la escala de valores de los cubanos. En una sociedad tradicionalmente machista, muchos fingieron ''partirse'' con tal de abandonar la isla. Ser ''afeminado'' pasó de ser un estigma a convertirse en un privilegio. A Castro no le quedó más remedio que pactar.
Desvirtuar la razón política de la represión homosexual continúa siendo el instrumento preferido por el régimen de La Habana, para hacer borrón y cuenta nueva sobre las causas que llevaron al ostracismo, el encarcelamiento y la expulsión del país de muchos creadores. A Lezama Lima y a Virgilio Piñera no se les marginó sólo por ser homosexuales: esa fue la justificación que aún hoy usan los funcionarios del gobierno cubano. Se les echó a un lado por su pasividad política, que fue otra forma de rebeldía. Esta fue la causa principal y no la secundaria.
La diferencia de causas sirve para establecer que la represión homofóbica no fue siempre indiscriminada sino selectiva, pero los criterios ideológicos desbordan la dicotomía del clóset sexual y el clóset político. El carácter homosexual se convirtió en una fuerza tenaz de oposición. Las implicaciones de este hecho trascienden el proceso revolucionario.
Dentro de la cultura y la historia cubana, el paradigma opositor siempre se ha medido con la vara del machismo. Antonio Maceo --el Titán de Bronce, una exaltación que cierra el camino a cualquier flojera-- lo ejemplifica mejor que cualquier otro héroe. Para el pensamiento tradicional --revolucionario o contrarrevolucionario--, resultó difícil de asimilar que la ''loca'' fuera más resistente que el “macho”.
Al tiempo que la dureza homosexual impidió su eliminación, en algunos casos posibilitó ser utilizada. Durante muchos años --en Cuba y en otras partes del mundo-- la sociedad obligó al homosexual al juego de las apariencias. Algunos lo convirtieron en un arte, otros en un medio para escalar posiciones. Igual que el homosexualismo rebelde no puede ser contado por un protagonista único, la escala de los asimilados va del colaborador al sumiso.
Asumir la identidad, desde el punto de vista de la preferencia sexual, se convirtió en una causa opositora. Pero no siempre fue necesario aparentar lo contrario --también desde el punto de vista sexual--, sino convencer de que se era revolucionario. Dos puntos extremos de una larga historia, a la que contribuye Encuentro con este número. Alejandro Armengol -Fuente:El Nuevo Herald
Imagen: Eileen Doman
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La revista Encuentro de la Cultura Cubana dedica su último número al tema de la literatura homoerótica. Se trata de una importante contribución a un aspecto de la cultura y la historia cubana que merece nuevos estudios, pese a la amplia bibliografía aparecida en los últimos años.
La represión a los homosexuales en Cuba tiene dos características que con frecuencia se confunden. Una es la más conocida: la persecución al ciudadano por sus preferencias sexuales.
Con frecuencia se habla de la creación de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP) como el mejor ejemplo de la represión contra los homosexuales. Pero no fue el único. Las condenas a prisión, las redadas, las vejaciones y las expulsiones se extendieron por un período que abarca antes y después de la existencia de la UMAP.
La segunda característica es que esta represión no fue --y no es-- hacia todos los homosexuales, sino entre los homosexuales. En este caso, la fidelidad o vinculación con el régimen fue utilizada como patente de corso. Así surgieron determinados refugios, sobre todo en los organismos culturales, como La Casa de las Américas, el ICAIC y el Ballet Nacional. Se consideraban ''nidos de locas'', pero también sitios vedados.
De esta forma se estableció una dicotomía que despertó odios y rencillas, los cuales fueron explotados por el régimen. El homosexual ''respetado'' ejerció una doble función: su impunidad era a la vez un privilegio y una burla. Despertaba el desprecio, pero también la envidia a los ojos del militante de esquina, machista y resentido. Era también la esperanza o el rechazo para los que compartían con él igual orientación sexual, pero que eran excluidos por razones políticas.
Para muchos homosexuales, la disyuntiva no fue entre ser ''macho'' o ser ''loca'', sino entre ser un revolucionario ''pasivo'' o ''activo''. Fue por ello que la homosexualidad actuó como un intensificador de las actitudes revolucionarias y contrarrevolucionarias. Muchas veces en la esfera cultural, a diferencia de lo que ocurría en la educación y el ejército, la orientación política expresada en la fidelidad absoluta al responsable del organismo --y no la sexual-- fue el criterio definitorio.
Durante los años de persecución declarada, predominaron dos actitudes ante los homosexuales: la línea dura consideraba que eran depravados, la vertiente liberal argumentaba que eran enfermos. En ambas, el Estado asumía la obligación de actuar contra la ``anormalidad''.
El cambio vino no por voluntad gubernamental, sino impuesto por las circunstancias. En la crisis del Mariel, declararse homosexual --fuera verdad o mentira-- equivalía a ser expulsado del país. En ese momento los homosexuales le ganaron la batalla a Fidel Castro. Hasta entonces el régimen había intentado ''curarlos'' o ''reformarlos''. De ahí en adelante se declaró vencido.
Al igual que en otros gobiernos totalitarios, la persecución homofóbica en Cuba tuvo su origen en un objetivo unificador --el afán en acabar con lo diferente--, pero también fue guiada por esa evaluación machista que caracteriza al homosexual como un ''enfermito'', alguien fácil de aniquilar o doblegar.
Resultó todo lo contrario. En cuanto a cifras y alcance, ningún movimiento opositor ha logrado superar a los homosexuales en su tenacidad y resistencia. Cientos de presos políticos se acogieron a los planes de ''reeducación'', miles de desafectos optaron por la prudencia, millones de inconformes prefirieron callar. Las ''locas'', sin embargo, demostraron ser incurables e irredimibles.
El alcance de la victoria fue más allá de un triunfo frente a la revolución. Implicó un cambio en la escala de valores de los cubanos. En una sociedad tradicionalmente machista, muchos fingieron ''partirse'' con tal de abandonar la isla. Ser ''afeminado'' pasó de ser un estigma a convertirse en un privilegio. A Castro no le quedó más remedio que pactar.
Desvirtuar la razón política de la represión homosexual continúa siendo el instrumento preferido por el régimen de La Habana, para hacer borrón y cuenta nueva sobre las causas que llevaron al ostracismo, el encarcelamiento y la expulsión del país de muchos creadores. A Lezama Lima y a Virgilio Piñera no se les marginó sólo por ser homosexuales: esa fue la justificación que aún hoy usan los funcionarios del gobierno cubano. Se les echó a un lado por su pasividad política, que fue otra forma de rebeldía. Esta fue la causa principal y no la secundaria.
La diferencia de causas sirve para establecer que la represión homofóbica no fue siempre indiscriminada sino selectiva, pero los criterios ideológicos desbordan la dicotomía del clóset sexual y el clóset político. El carácter homosexual se convirtió en una fuerza tenaz de oposición. Las implicaciones de este hecho trascienden el proceso revolucionario.
Dentro de la cultura y la historia cubana, el paradigma opositor siempre se ha medido con la vara del machismo. Antonio Maceo --el Titán de Bronce, una exaltación que cierra el camino a cualquier flojera-- lo ejemplifica mejor que cualquier otro héroe. Para el pensamiento tradicional --revolucionario o contrarrevolucionario--, resultó difícil de asimilar que la ''loca'' fuera más resistente que el “macho”.
Al tiempo que la dureza homosexual impidió su eliminación, en algunos casos posibilitó ser utilizada. Durante muchos años --en Cuba y en otras partes del mundo-- la sociedad obligó al homosexual al juego de las apariencias. Algunos lo convirtieron en un arte, otros en un medio para escalar posiciones. Igual que el homosexualismo rebelde no puede ser contado por un protagonista único, la escala de los asimilados va del colaborador al sumiso.
Asumir la identidad, desde el punto de vista de la preferencia sexual, se convirtió en una causa opositora. Pero no siempre fue necesario aparentar lo contrario --también desde el punto de vista sexual--, sino convencer de que se era revolucionario. Dos puntos extremos de una larga historia, a la que contribuye Encuentro con este número. Alejandro Armengol -Fuente:El Nuevo Herald
Imagen: Eileen Doman
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