Thursday, August 16, 2007
Escondido en el armario
Paul Newman consiguió su primer gran éxito y su primera nominación al Oscar (de una larga lista) con la adaptación infiel de «La gata sobre el tejado de zinc» (caliente), de Tennessee Williams. En su 65 cumpleaños, un moribundo Burl Ives recibe la visita de sus dos hijos, el esforzado Jack Carson, acompañado por toda su prole de cuellicortos, y su favorito de ojos azules, que sin embargo parece incapaz de darle un nieto, pese a que su mujer es la felina del título. La herencia del imperio está en juego, aunque son las nueras quienes sacan las uñas.
Mil anécdotas jalonan el rodaje de esta película, cuya fotografía se iba a ajustar al blanco y negro que parecían exigir las las adaptaciones de Williams y, en general, la mayoría de obras «artísticas» de la época. Richard Brooks, sin embargo, insistió en que el público pudiera disfrutar la mirada añil de Elizabeth Taylor y los ojos azules de Newman. Pese a esta pintoresca concesión y al exceso de teatralidad de la puesta en escena, el resultado final de la película sólo puede ser calificado como brillante. Elizabeth y Paul estaban en la cima de su belleza y madurez artística y el argumento lo tiene todo para atrapar al espectador. ¿Todo? En realidad no. El guión prescindió casi por completo de las alusiones a la homosexualidad del protagonista, Brick Pollitt (tampoco hacía falta señalar), esenciales para comprender la obra original. Este maquillaje moral motivó que George Cukor (gran director, no sólo de mujeres, y conocido homosexual) se negara a dirigir una versión tan descafeinada.
Tennessee Williams (puestos a dar datos gratuitos, otro gay) fue más radical: indignado con lo que habían perpetrado en su nombre, fue hasta la cola del cine para ahuyentar a los espectadores. En su opinión, la cinta suponía «un retroceso de cincuenta años en la industria del cine». Hoy en día cualquier teleserie se mete en aguas revueltas y se lía a pescar «truchas», con mejor o peor gusto, pero en aquella época un Paul Newman fuera del armario habría afectado a la taquilla casi con seguridad. Dicho lo cual, la acusación contra Brooks es evidente: mendacidad y falta de valor para enfrentarse al estudio y respetar la obra de Tennessee Williams. Fuente: ABC.es
Mil anécdotas jalonan el rodaje de esta película, cuya fotografía se iba a ajustar al blanco y negro que parecían exigir las las adaptaciones de Williams y, en general, la mayoría de obras «artísticas» de la época. Richard Brooks, sin embargo, insistió en que el público pudiera disfrutar la mirada añil de Elizabeth Taylor y los ojos azules de Newman. Pese a esta pintoresca concesión y al exceso de teatralidad de la puesta en escena, el resultado final de la película sólo puede ser calificado como brillante. Elizabeth y Paul estaban en la cima de su belleza y madurez artística y el argumento lo tiene todo para atrapar al espectador. ¿Todo? En realidad no. El guión prescindió casi por completo de las alusiones a la homosexualidad del protagonista, Brick Pollitt (tampoco hacía falta señalar), esenciales para comprender la obra original. Este maquillaje moral motivó que George Cukor (gran director, no sólo de mujeres, y conocido homosexual) se negara a dirigir una versión tan descafeinada.
Tennessee Williams (puestos a dar datos gratuitos, otro gay) fue más radical: indignado con lo que habían perpetrado en su nombre, fue hasta la cola del cine para ahuyentar a los espectadores. En su opinión, la cinta suponía «un retroceso de cincuenta años en la industria del cine». Hoy en día cualquier teleserie se mete en aguas revueltas y se lía a pescar «truchas», con mejor o peor gusto, pero en aquella época un Paul Newman fuera del armario habría afectado a la taquilla casi con seguridad. Dicho lo cual, la acusación contra Brooks es evidente: mendacidad y falta de valor para enfrentarse al estudio y respetar la obra de Tennessee Williams. Fuente: ABC.es
.