Monday, August 13, 2007
Madres lesbianas en alerta
Están peleando en tribunales para que la justicia les conceda la tuición de sus hijas e hijos. Algunas lo consiguieron negando su condición de lesbianas. Sufren persecución de sus ex maridos e incluso, son violentadas por ellos. Tres testimonios en primera persona, ratifican la vivencia de ser madre y lesbiana en Chile.
Valeria: "¿Cuándo me convertí en bruja?"
"Mi vida, como la de nadie, no ha sido fácil, pero sí ha tenido logros, muy importantes, unos menos relevantes que otros, y el que pudiera nacer mi hija, fue uno de ellos.
Llegó cuando su estudiante progenitora estaba aún enamorada por primera vez, pero no de su padre, sino de una mujer, y el desamor y el duelo de esa relación aún estaba presente en el cuerpo y el ánimo. El saber que era una niña, me reconfortó, sentí que había cosas que entregarle, secretos que revelarle, mundos que abrirle, oportunidades que regalarle, y sobretodo, un cariño inmenso del cual ella sería la depositaria, porque a pesar de no ser planificada (a los 20 años, ni loca), marcó un hito creo en varias personas a su alrededor, y en mí, un deseo de limpieza, unas ganas de seguir adelante y de luchar por cosas por las que hasta ese entonces, sólo había presenciado.
Sí, desde entonces me involucré en muchos activismos y en luchas que eran mías, de ella, de todas nosotras. No puedo decir que he sido madre, sí que tengo una hija con la que no he tenido la oportunidad de compartir el cotidiano de sus años por varias razones: estudio primero y luego lo más difícil, la voluntad de otros. Ha sido esa voluntad y ese poder ejercido de la manera más burda (y tantas otras veces ejercido en tantos lugares y personas), la fuerza y la negación más absoluta, lo que me ha enfurecido, deprimido, y hecho evaluar tantas cosas y elecciones de mi vida.
Cuando me comunicaron que desmedidamente me buscaba la oficina de protección de menores, me senté, no entendía, en realidad no asimilaba tamaña barbaridad. ¡Ni a un violador lo acosan así!, pero la premura, la rabia y la impaciencia me las comí, había, en ese momento que pensar las cosas y sobretodo cuidar a mi cría y mi salud mental. Superé el impacto, me asesoré y me apoyé en gente que me brindaba su apoyo y su contención, sin saber que a veces esa gente al igual que el resto del mundo ocupa lógicas patriarcales y ocupa esas grietas para ponerte en situaciones de indefensión. Pero pasó esa vertiginosa experiencia, quedó atrás, pero la posibilidad de que se repita sigue ahí, como una espada de Damocles señalando la precariedad en la que estás. Hoy siento temor, de la que se dice aún mi familia, de las que me exponen sin ningún pudor, cual criminal. Pero mi calma y mi temple tienen fundamentos sólidos, en mis saberes, en mis experiencias, en las herramientas de las que me he hecho, en mis compañeras y en la memoria histórica que no puedo dejar atrás de todas las mujeres que han contribuido para que yo pueda decir: ¡NO MÁS! porque la maternidad que he elegido no puede ser puesta en jaque arbitrariamente".
Camila: "Las más castigadas somos mi hija y yo"
"Como muchas madres lesbianas, tuve a mi hija dentro de un matrimonio heterosexual. Mi hija nació cuando yo tenía 21 años, fue por elección, quería y deseaba tenerla, decidí quedarme un año en la casa con ella, vivirnos mutuamente sus primeras veces, la maternidad estaba ahí, en el día a día, juntas.
Cuando Florencia tenía dos años y medio, me separé de su padre, por dos razones: la violencia física y sicológica que mantenía el padre hacia mí y porque me enamoré de una mujer, insanamente por querer separarme de él. En un acto de irracionalidad, le conté lo que pasaba, de alguna manera necesitaba desprenderme, pero no sabía las consecuencias que podría acarrear. En el último acto de honestidad que tuve con ese tipo, la respuesta fue también la última vez que el me golpeó, tuve que poner a nuestra pequeña hija como escudo, porque estaba con un palo golpeándome, yo sabía que me quería matar.
Me fui con lo puesto de la casa que teníamos, agarré a mi hija, mi perro y la gata, y volví a la casa de mis padres, enfrentando la doble situación, una precariedad económica mía, la separación, y el motivo “mi lesbianismo”. La violencia pasó como tantas veces a segundo plano, se podía entender su reacción final: cultura patriarcal familiar, bien instalada, bien real.
Económicamente, puedo decir que los dos primeros años fueron precarios, no tenía plata para nada, la palabra no tengo, no tengo, no tengo se podría decir que estaba en la punta de mi lengua, acompañado de eso, ella veía a su papá, yo trabajaba los fines de semana, y eso me daba el espacio para hacerlo, estaba todavía estudiando, y necesitaba terminar mi carrera; sin embargo, en ese entonces yo tampoco tomaba en cuenta la violencia, tantos años viviéndola que se vuelve rutina, como forma de relacionarse. Hasta que en agosto del año 2006, él simplemente no la trae de vuelta a casa, con violencia me expresa que la dejará cuando él quiera, ese día, de lluvia, partí a la comuna de La Florida que siempre se inunda, era el D ía del niño, domingo a las nueve de la noche, y me enfrenté a él, saqué a mi hija de su casa, la llevé al auto y lo golpeé, claramente con ira ciega, con un NO MÁS entre los dientes, guardado tantos años que estuve a su lado, puse el límite, jugué con sus propias armas y me demandó por violencia y amenaza.
Desde ese día empezó las idas y venidas a los tribunales. Después de la demanda por violencia y amenaza, vino la de la tuición, me acusa de lesbiana y drogadicta, y estoy en eso, esperando que llegue el juicio, lamentablemente con miedo, porque sé como es él, que no está capacitado para cuidar a mi hija, y digo mía, porque yo he sido quien se ha encargado cada mañana de levantarla, cuidarla, despertarse a media noche por pesadillas, de regalos para cumpleaños, tareas escolares, saber de sus sueños, conversar, jugar, está aprendiendo a leer y escribir, yo la he mantenido, la he consentido y contenido. Sin embargo, de eso saben poco los tribunales misóginos y patriarcales, saben más de un orden violento, como el de su padre, son los que castigan otra forma de relaciones, y las más castigadas nuevamente seremos las mujeres, en este caso mi hija (la Flo) y yo".
Ana María: "(mi caso) Quedó en la completa impunidad"
"A los 26 años decidí comenzar a vivir lo que siempre quise, pero nunca imaginé pagar un costo tan alto. Estuve casada por cinco años, absolutamente tormentosos, con infidelidades y maltratos psicológicos, esto nunca fue el detonador de lo que pude descubrir al termino de este periodo. A los 26 años conocí a la primera mujer de la que me enamoré, una mujer de unos 45 años que me vino hacer sentir cosas que nunca antes imaginé sentir.
Con ella estuve sólo una noche, pero bastaron para tener la valentía de salir inmediatamente del closet y asumirme como una lesbiana con todas sus letras hasta que mis padres me descubrieron. Fue cuando decidieron como familia unirse a mi ex marido para quitarme a mi hija, fueron al juzgado de familia, interponiéndome una demanda por tuición, situación en que mi propia madre declaró que “ella quería que mi hija se quedara con su padre hasta que yo me someta a un tratamiento por mi enfermedad denominada lesbianismo”. Me fui a la casa de mis padres agarrando a mi niña, y prácticamente con lo puesto, con la intención de comenzar de cero, dejando toda esa tortura atrás. Mis hermanos comenzaron a llamarme a la oficina, insultándome, cuando llegaba en las noches. Mi mamá habría la puerta cuando yo estaba durmiendo a altas horas de la madrugada, con portazos, haciéndome ver que no me iba a dejara dormir, porque ella no podía dormir, gritandome que se arrepentida de haberme dado la vida, que era una asquerosa, etc. Todo esto duro varios meses, casi un año, yo sometida en una horrible depresión, en una ocasión salí corriendo ya asfixiada con todo esto. Aceleré mi auto al máximo y cuando estaba punto de estrellarme contra una muralla, sentí a mi hija al lado que me decía “mamá”. Alcancé a doblar y bueno, no me pasó nada y seguí adelante.
Cuando llegó el momento de ir a declarar, iba muy asustada, no me sentía las piernas, la persona que me atendió fue la misma Asistente Social que me había visto unos días atrás en la casa de mis papas, con una mirada algo candida me preguntó que cómo era la relación con mi mamá. Yo le respondí "pésima”. “Bueno - me dijo - le pregunto porque no me había tocado ver un caso así, en que una mamá se expresara así de su propia hija. Además, ella declaró que usted es “lesbiana” y que estaba enferma, ¿qué me puede decir de eso?". Fue ahí donde tuve que jugármela y mentir , mentir e inventar por el derecho a estar con mi hija. Tuve que renegar mi sexualidad, como si fuera algo sucio e inmoral, como si amar a otra mujer fuera algo malo y poco natural, “como si ellos fueran los normales” y yo en el banquillo de los acusados. Fue ahí donde la Asistente Social (tuve la buena suerte), me dijo “usted puede vivir con quien quiera, tanto con un hombre o una mujer, mientras no se le compruebe que usted está en consignes de mantener a su hija o que la niña está en condiciones inhumanas o de poca protección sexual. Su vida sexual debe ser privada de la puerta de su dormitorio hacia adentro. Mientras la niña no vea nada que no deba ver, por su corta edad, no existe problema alguno”, me indicó.
Luego de todo esto, llegó la resolución como al tercer mes, concediéndome la tuición completa de mi hija. Ese día lloré mucho. Paso un año y cuando ya estaba económicamente en condiciones de tenerla, fue que me entere que mi mamá planeaba llevarse a vivir a su casa a mi ex marido. Adelanté mis vacaciones y el sueldo, me fui a la playa con ella, pero cuando volví, me di cuanta que las llaves se me había quedado adentro de la casa y como mis compañeras de casa, llegaban ese día tarde, nos tuvimos que ir a la casa de mis papas hacer la hora, fue ahí donde llego mi ex maridos a los pocos minutos alertado por mi mamá. Ahí nos pusimos a discutir. Fue en ese momento que él me agarro por atrás y con mucha fuerza y sin poder reaccionar a tiempo, sentí mi cabeza azotar contra la muralla, se me oscureció la visión y luego vino el otro golpe contra la otra muralla ahí fue donde caí al suelo. El diagnostico fue tec cerrado y luego vino el otro de síndrome convulsivo en evolución. Pasó unos días y fui Carabineros, puse de testigo a mi papá. Puse la demanda por cuasi homicidio, declaré y fue ahí donde me preguntan por mi papá y para sorpresa mía, una nueva desilusión, me dijo “no voy meter preso al padre de mi nieta, no quiero que ella me culpe cuando sea grande" y (mi caso) quedó en la completa impunidad.
En la actualidad, pude salir adelante pese a los comentarios de mis padres. Ahora, me pregunto a veces, ¿existirá algún día la institución que nos pueda ayudar o albergar de algún modo de todas estas injusticias sufridas?".
* Los nombres de estos tres testimonios fueron cambiados para resguardar su derecho a la privacidad mientras no se legisle debidamente este tema.
Fuente: Rompiendo el silencio
Están peleando en tribunales para que la justicia les conceda la tuición de sus hijas e hijos. Algunas lo consiguieron negando su condición de lesbianas. Sufren persecución de sus ex maridos e incluso, son violentadas por ellos. Tres testimonios en primera persona, ratifican la vivencia de ser madre y lesbiana en Chile.
Valeria: "¿Cuándo me convertí en bruja?"
"Mi vida, como la de nadie, no ha sido fácil, pero sí ha tenido logros, muy importantes, unos menos relevantes que otros, y el que pudiera nacer mi hija, fue uno de ellos.
Llegó cuando su estudiante progenitora estaba aún enamorada por primera vez, pero no de su padre, sino de una mujer, y el desamor y el duelo de esa relación aún estaba presente en el cuerpo y el ánimo. El saber que era una niña, me reconfortó, sentí que había cosas que entregarle, secretos que revelarle, mundos que abrirle, oportunidades que regalarle, y sobretodo, un cariño inmenso del cual ella sería la depositaria, porque a pesar de no ser planificada (a los 20 años, ni loca), marcó un hito creo en varias personas a su alrededor, y en mí, un deseo de limpieza, unas ganas de seguir adelante y de luchar por cosas por las que hasta ese entonces, sólo había presenciado.
Sí, desde entonces me involucré en muchos activismos y en luchas que eran mías, de ella, de todas nosotras. No puedo decir que he sido madre, sí que tengo una hija con la que no he tenido la oportunidad de compartir el cotidiano de sus años por varias razones: estudio primero y luego lo más difícil, la voluntad de otros. Ha sido esa voluntad y ese poder ejercido de la manera más burda (y tantas otras veces ejercido en tantos lugares y personas), la fuerza y la negación más absoluta, lo que me ha enfurecido, deprimido, y hecho evaluar tantas cosas y elecciones de mi vida.
Cuando me comunicaron que desmedidamente me buscaba la oficina de protección de menores, me senté, no entendía, en realidad no asimilaba tamaña barbaridad. ¡Ni a un violador lo acosan así!, pero la premura, la rabia y la impaciencia me las comí, había, en ese momento que pensar las cosas y sobretodo cuidar a mi cría y mi salud mental. Superé el impacto, me asesoré y me apoyé en gente que me brindaba su apoyo y su contención, sin saber que a veces esa gente al igual que el resto del mundo ocupa lógicas patriarcales y ocupa esas grietas para ponerte en situaciones de indefensión. Pero pasó esa vertiginosa experiencia, quedó atrás, pero la posibilidad de que se repita sigue ahí, como una espada de Damocles señalando la precariedad en la que estás. Hoy siento temor, de la que se dice aún mi familia, de las que me exponen sin ningún pudor, cual criminal. Pero mi calma y mi temple tienen fundamentos sólidos, en mis saberes, en mis experiencias, en las herramientas de las que me he hecho, en mis compañeras y en la memoria histórica que no puedo dejar atrás de todas las mujeres que han contribuido para que yo pueda decir: ¡NO MÁS! porque la maternidad que he elegido no puede ser puesta en jaque arbitrariamente".
Camila: "Las más castigadas somos mi hija y yo"
"Como muchas madres lesbianas, tuve a mi hija dentro de un matrimonio heterosexual. Mi hija nació cuando yo tenía 21 años, fue por elección, quería y deseaba tenerla, decidí quedarme un año en la casa con ella, vivirnos mutuamente sus primeras veces, la maternidad estaba ahí, en el día a día, juntas.
Cuando Florencia tenía dos años y medio, me separé de su padre, por dos razones: la violencia física y sicológica que mantenía el padre hacia mí y porque me enamoré de una mujer, insanamente por querer separarme de él. En un acto de irracionalidad, le conté lo que pasaba, de alguna manera necesitaba desprenderme, pero no sabía las consecuencias que podría acarrear. En el último acto de honestidad que tuve con ese tipo, la respuesta fue también la última vez que el me golpeó, tuve que poner a nuestra pequeña hija como escudo, porque estaba con un palo golpeándome, yo sabía que me quería matar.
Me fui con lo puesto de la casa que teníamos, agarré a mi hija, mi perro y la gata, y volví a la casa de mis padres, enfrentando la doble situación, una precariedad económica mía, la separación, y el motivo “mi lesbianismo”. La violencia pasó como tantas veces a segundo plano, se podía entender su reacción final: cultura patriarcal familiar, bien instalada, bien real.
Económicamente, puedo decir que los dos primeros años fueron precarios, no tenía plata para nada, la palabra no tengo, no tengo, no tengo se podría decir que estaba en la punta de mi lengua, acompañado de eso, ella veía a su papá, yo trabajaba los fines de semana, y eso me daba el espacio para hacerlo, estaba todavía estudiando, y necesitaba terminar mi carrera; sin embargo, en ese entonces yo tampoco tomaba en cuenta la violencia, tantos años viviéndola que se vuelve rutina, como forma de relacionarse. Hasta que en agosto del año 2006, él simplemente no la trae de vuelta a casa, con violencia me expresa que la dejará cuando él quiera, ese día, de lluvia, partí a la comuna de La Florida que siempre se inunda, era el D ía del niño, domingo a las nueve de la noche, y me enfrenté a él, saqué a mi hija de su casa, la llevé al auto y lo golpeé, claramente con ira ciega, con un NO MÁS entre los dientes, guardado tantos años que estuve a su lado, puse el límite, jugué con sus propias armas y me demandó por violencia y amenaza.
Desde ese día empezó las idas y venidas a los tribunales. Después de la demanda por violencia y amenaza, vino la de la tuición, me acusa de lesbiana y drogadicta, y estoy en eso, esperando que llegue el juicio, lamentablemente con miedo, porque sé como es él, que no está capacitado para cuidar a mi hija, y digo mía, porque yo he sido quien se ha encargado cada mañana de levantarla, cuidarla, despertarse a media noche por pesadillas, de regalos para cumpleaños, tareas escolares, saber de sus sueños, conversar, jugar, está aprendiendo a leer y escribir, yo la he mantenido, la he consentido y contenido. Sin embargo, de eso saben poco los tribunales misóginos y patriarcales, saben más de un orden violento, como el de su padre, son los que castigan otra forma de relaciones, y las más castigadas nuevamente seremos las mujeres, en este caso mi hija (la Flo) y yo".
Ana María: "(mi caso) Quedó en la completa impunidad"
"A los 26 años decidí comenzar a vivir lo que siempre quise, pero nunca imaginé pagar un costo tan alto. Estuve casada por cinco años, absolutamente tormentosos, con infidelidades y maltratos psicológicos, esto nunca fue el detonador de lo que pude descubrir al termino de este periodo. A los 26 años conocí a la primera mujer de la que me enamoré, una mujer de unos 45 años que me vino hacer sentir cosas que nunca antes imaginé sentir.
Con ella estuve sólo una noche, pero bastaron para tener la valentía de salir inmediatamente del closet y asumirme como una lesbiana con todas sus letras hasta que mis padres me descubrieron. Fue cuando decidieron como familia unirse a mi ex marido para quitarme a mi hija, fueron al juzgado de familia, interponiéndome una demanda por tuición, situación en que mi propia madre declaró que “ella quería que mi hija se quedara con su padre hasta que yo me someta a un tratamiento por mi enfermedad denominada lesbianismo”. Me fui a la casa de mis padres agarrando a mi niña, y prácticamente con lo puesto, con la intención de comenzar de cero, dejando toda esa tortura atrás. Mis hermanos comenzaron a llamarme a la oficina, insultándome, cuando llegaba en las noches. Mi mamá habría la puerta cuando yo estaba durmiendo a altas horas de la madrugada, con portazos, haciéndome ver que no me iba a dejara dormir, porque ella no podía dormir, gritandome que se arrepentida de haberme dado la vida, que era una asquerosa, etc. Todo esto duro varios meses, casi un año, yo sometida en una horrible depresión, en una ocasión salí corriendo ya asfixiada con todo esto. Aceleré mi auto al máximo y cuando estaba punto de estrellarme contra una muralla, sentí a mi hija al lado que me decía “mamá”. Alcancé a doblar y bueno, no me pasó nada y seguí adelante.
Cuando llegó el momento de ir a declarar, iba muy asustada, no me sentía las piernas, la persona que me atendió fue la misma Asistente Social que me había visto unos días atrás en la casa de mis papas, con una mirada algo candida me preguntó que cómo era la relación con mi mamá. Yo le respondí "pésima”. “Bueno - me dijo - le pregunto porque no me había tocado ver un caso así, en que una mamá se expresara así de su propia hija. Además, ella declaró que usted es “lesbiana” y que estaba enferma, ¿qué me puede decir de eso?". Fue ahí donde tuve que jugármela y mentir , mentir e inventar por el derecho a estar con mi hija. Tuve que renegar mi sexualidad, como si fuera algo sucio e inmoral, como si amar a otra mujer fuera algo malo y poco natural, “como si ellos fueran los normales” y yo en el banquillo de los acusados. Fue ahí donde la Asistente Social (tuve la buena suerte), me dijo “usted puede vivir con quien quiera, tanto con un hombre o una mujer, mientras no se le compruebe que usted está en consignes de mantener a su hija o que la niña está en condiciones inhumanas o de poca protección sexual. Su vida sexual debe ser privada de la puerta de su dormitorio hacia adentro. Mientras la niña no vea nada que no deba ver, por su corta edad, no existe problema alguno”, me indicó.
Luego de todo esto, llegó la resolución como al tercer mes, concediéndome la tuición completa de mi hija. Ese día lloré mucho. Paso un año y cuando ya estaba económicamente en condiciones de tenerla, fue que me entere que mi mamá planeaba llevarse a vivir a su casa a mi ex marido. Adelanté mis vacaciones y el sueldo, me fui a la playa con ella, pero cuando volví, me di cuanta que las llaves se me había quedado adentro de la casa y como mis compañeras de casa, llegaban ese día tarde, nos tuvimos que ir a la casa de mis papas hacer la hora, fue ahí donde llego mi ex maridos a los pocos minutos alertado por mi mamá. Ahí nos pusimos a discutir. Fue en ese momento que él me agarro por atrás y con mucha fuerza y sin poder reaccionar a tiempo, sentí mi cabeza azotar contra la muralla, se me oscureció la visión y luego vino el otro golpe contra la otra muralla ahí fue donde caí al suelo. El diagnostico fue tec cerrado y luego vino el otro de síndrome convulsivo en evolución. Pasó unos días y fui Carabineros, puse de testigo a mi papá. Puse la demanda por cuasi homicidio, declaré y fue ahí donde me preguntan por mi papá y para sorpresa mía, una nueva desilusión, me dijo “no voy meter preso al padre de mi nieta, no quiero que ella me culpe cuando sea grande" y (mi caso) quedó en la completa impunidad.
En la actualidad, pude salir adelante pese a los comentarios de mis padres. Ahora, me pregunto a veces, ¿existirá algún día la institución que nos pueda ayudar o albergar de algún modo de todas estas injusticias sufridas?".
* Los nombres de estos tres testimonios fueron cambiados para resguardar su derecho a la privacidad mientras no se legisle debidamente este tema.
Fuente: Rompiendo el silencio