Friday, December 21, 2007
Un cambio de sexo
"Ahora me queda una preocupación: tendré que operarme la cara para suavizar las facciones porque si no, no encontraré trabajo". Sara Schulze, de 36 años, estaba radiante: acaba de ser indemnizada con 22.000 euros por la multinacional alemana Tüv Rheinland Group, que la despidió en septiembre tras anunciar su intención de cambiar de sexo. La dirección no encajó que Matthias, un competente ingeniero alemán con empleados a su cargo, quisiera convertirse en Sara y poco después del verano le rescindió el contrato, teóricamente por bajo rendimiento y problemas con empleados y clientes. Sara siempre supo que la razón fue otra.
La normativa internacional obliga a quienes deseen cambiar de sexo a seguir un programa de control con psicólogos y psiquiatras para que certifiquen que no se trata de una fantasía pasajera. Y eso implicaba que Matthias viviera un año ya como Sara como requisito indispensable para pasar por el quirófano. "Cuando se lo comuniqué a mi jefe en mayo se le cayeron las gafas", recuerda. "Le dije que yo siempre fui así y él me contestó. '¡Pero si no se nota'!". Sara, que vive en España desde hace seis años, se quedó sin trabajo y pidió apoyo en la Asociación de Transexuales de Cataluña (ATC). La UGT, que ya había ganado el caso de Gina, otra transexual ahora delegada sindical en su empresa, la asesoró y el caso no llegó ni a juicio.
Sara ha recibido ya dos ofertas de trabajo, pero no regresará al mundo laboral hasta que no se someta a las dos operaciones de sexo y la cara. "El resto se oculta, pero la voz y la cara no. Esa es la diferencia entre hombres y mujeres", cuenta.
Fuente: El País
"Ahora me queda una preocupación: tendré que operarme la cara para suavizar las facciones porque si no, no encontraré trabajo". Sara Schulze, de 36 años, estaba radiante: acaba de ser indemnizada con 22.000 euros por la multinacional alemana Tüv Rheinland Group, que la despidió en septiembre tras anunciar su intención de cambiar de sexo. La dirección no encajó que Matthias, un competente ingeniero alemán con empleados a su cargo, quisiera convertirse en Sara y poco después del verano le rescindió el contrato, teóricamente por bajo rendimiento y problemas con empleados y clientes. Sara siempre supo que la razón fue otra.
La normativa internacional obliga a quienes deseen cambiar de sexo a seguir un programa de control con psicólogos y psiquiatras para que certifiquen que no se trata de una fantasía pasajera. Y eso implicaba que Matthias viviera un año ya como Sara como requisito indispensable para pasar por el quirófano. "Cuando se lo comuniqué a mi jefe en mayo se le cayeron las gafas", recuerda. "Le dije que yo siempre fui así y él me contestó. '¡Pero si no se nota'!". Sara, que vive en España desde hace seis años, se quedó sin trabajo y pidió apoyo en la Asociación de Transexuales de Cataluña (ATC). La UGT, que ya había ganado el caso de Gina, otra transexual ahora delegada sindical en su empresa, la asesoró y el caso no llegó ni a juicio.
Sara ha recibido ya dos ofertas de trabajo, pero no regresará al mundo laboral hasta que no se someta a las dos operaciones de sexo y la cara. "El resto se oculta, pero la voz y la cara no. Esa es la diferencia entre hombres y mujeres", cuenta.
Fuente: El País