Sunday, May 25, 2008
Homosexualidad y vejez, doble situación de vulnerabilidad
“Dada la fecha de mi nacimiento y por mi preferencia erótica, pertenezco a una parte de la población invisibilizada y doblemente marginada… carente de espacios en el mundo ‘buga’ (heterosexual) y en el mundo gay”, testimonia un integrante de esta comunidad, “con varios ayeres”.
Nadie parece pensar que, como dijo el actor Tito Vasconcelos en la XV Marcha del Orgullo Gay en 1993, “también los dinosaurios comenzamos desde pequeños”, afirma.
Pasaron los años 70 y principios de los 80 del siglo pasado, cuando los grupos homosexuales y lésbicos comenzaron a conformar sus primeras organizaciones y manifestaciones. Ahora, muchos de esos primeros activistas “si no es que casi todos, ya estamos en la tercera edad o a un paso de sacar nuestra credencial del Instituto de los Adultos Mayores. Claro que se ha avanzado en términos de que el movimiento es visible, audible y discutible en el ámbito legislativo, pero México, en general, va muy despacio en todo”, expone.
Este rezago, comentó el maestro Xabier Lizárraga Cruchaga, del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), se confirma si se considera que una ciudad como Barcelona, en España, país que restableció su democracia en el casi ocaso del siglo XX, se abrió el primer geriátrico para hombres y mujeres homosexuales, el que quizás sea punta de lanza que permita pensar en los asilos de ancianos como espacios de vida que contemplen la homosexualidad.
En su exposición titulada Rosa con canas: la homosexualidad y la vejez, parte del programa de ponencias de la VII Semana Cultural de la Diversidad Sexual que se lleva a cabo en Mazatlán, Sinaloa, el antropólogo detalló que en su experiencia sólo conoce de una institución geriátrica en nuestro país, Cuidados a la Senectud SC, que considere el aspecto sexual como un elemento fundamental en la calidad de vida de sus internas e internos.
En México
Sin embargo, la situación de una persona homosexual de la tercera edad en México parece doblemente vulnerable debido a la incertidumbre legal que recae sobre quienes tienen una preferencia sexual diferente a la socialmente aceptada. No son extraños los casos en que pese a la larga convivencia, la persona homosexual se ve en el desamparo no sólo emocional sino económico, cuando muere su pareja.
En lugares como la capital del país sólo hay un reconocimiento legal de las parejas homosexuales que se registran, esto a partir de la aprobación de la Ley de las Sociedades de Convivencia. Y, en la medida que no es equiparable al matrimonio heterosexual, ni tiene vigencia a nivel federal, las parejas de las y los homosexuales no tienen acceso al seguro social de su compañero o compañera, ni a una pensión de viudez.
“Ese desequilibrio entre los derechos de las personas heterosexuales frente a la indefensión de las homosexuales, deriva en una situación de doble o triple marginación y opresión de las y los homosexuales que sobrepasan la barrera de los 50 ó 60 años. Las parejas homosexuales trabajan las mismas jornadas y pagan los mismos impuestos que cualquiera, y estas condiciones son por demás desventajosas”, expresó.
Tal situación, en opinión del investigador de la Dirección de Antropología Física (DAF) del INAH, se inserta en una cultura de la inmediatez y de lo efímero, característica de la denominada posmodernidad y que encuentra un espacio de reproducción en el ambiente homosexual, de ahí que las y los ancianos gay tampoco se encuentran dentro de los espacios de su propia comunidad.
Esta exclusión suele darse porque directamente se les impide el acceso a los lugares (que en ocasiones fijan como límites de edad los 18 y 35 años), o bien, porque las y los mismos ancianos se apartan, dadas las dinámicas sociales que en ellos se ofrecen, y que no cumplen ni con sus expectativas ni con sus necesidades.
Explicó que históricamente, en el siglo XIX, los jóvenes homosexuales veían en los hombres maduros con la misma preferencia sexual una persona que podía brindarles protección y aprendizaje en un medio particularmente hostil y cerrado, condición que en las últimas décadas del siglo pasado dio un giro de 180 grados.
“De hecho, un mito en torno al SIDA ha generado la creencia de que no hay posibilidad de contagio si la relación sexual es con un hombre menor a 35 años, por lo que muchos jóvenes homosexuales dejan de utilizar el condón, limitando sus encuentros con personas menores a dicha edad”.
De acuerdo con Xabier Lizárraga, en términos generales y sin considerar deseos particulares, se piensa que los hombres y las mujeres que sobrepasan el medio siglo han perdido la libido y la necesidad del contacto físico y del amor.
“La realidad es que entre todos vamos construyendo un mundo en el que el futuro (la vejez) como seres sexo-eróticos sólo tiene cabida en esporádicas fantasías deprimentes y en sueños tecnológicos (vía el sexo cibernético y la pornografía). Las y los jóvenes homosexuales no parecen estar muy conscientes de que ellas y ellos mismos —si corren con suerte y más rápido de lo que se percibe— dejarán de ser jóvenes deseados, pero seguirán siendo homosexuales deseantes”, afirma.
En ese sentido, para el especialista es necesario no reducir la homosexualidad “a un encuentro en la cama” sino a descubrir los diversos matices de la convivencia en la que bien caben adolescentes, jóvenes, gente madura y de la tercera edad. “Esa es la tarea que nos toca”.
Fuente:CimaNoticias
“Dada la fecha de mi nacimiento y por mi preferencia erótica, pertenezco a una parte de la población invisibilizada y doblemente marginada… carente de espacios en el mundo ‘buga’ (heterosexual) y en el mundo gay”, testimonia un integrante de esta comunidad, “con varios ayeres”.
Nadie parece pensar que, como dijo el actor Tito Vasconcelos en la XV Marcha del Orgullo Gay en 1993, “también los dinosaurios comenzamos desde pequeños”, afirma.
Pasaron los años 70 y principios de los 80 del siglo pasado, cuando los grupos homosexuales y lésbicos comenzaron a conformar sus primeras organizaciones y manifestaciones. Ahora, muchos de esos primeros activistas “si no es que casi todos, ya estamos en la tercera edad o a un paso de sacar nuestra credencial del Instituto de los Adultos Mayores. Claro que se ha avanzado en términos de que el movimiento es visible, audible y discutible en el ámbito legislativo, pero México, en general, va muy despacio en todo”, expone.
Este rezago, comentó el maestro Xabier Lizárraga Cruchaga, del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), se confirma si se considera que una ciudad como Barcelona, en España, país que restableció su democracia en el casi ocaso del siglo XX, se abrió el primer geriátrico para hombres y mujeres homosexuales, el que quizás sea punta de lanza que permita pensar en los asilos de ancianos como espacios de vida que contemplen la homosexualidad.
En su exposición titulada Rosa con canas: la homosexualidad y la vejez, parte del programa de ponencias de la VII Semana Cultural de la Diversidad Sexual que se lleva a cabo en Mazatlán, Sinaloa, el antropólogo detalló que en su experiencia sólo conoce de una institución geriátrica en nuestro país, Cuidados a la Senectud SC, que considere el aspecto sexual como un elemento fundamental en la calidad de vida de sus internas e internos.
En México
Sin embargo, la situación de una persona homosexual de la tercera edad en México parece doblemente vulnerable debido a la incertidumbre legal que recae sobre quienes tienen una preferencia sexual diferente a la socialmente aceptada. No son extraños los casos en que pese a la larga convivencia, la persona homosexual se ve en el desamparo no sólo emocional sino económico, cuando muere su pareja.
En lugares como la capital del país sólo hay un reconocimiento legal de las parejas homosexuales que se registran, esto a partir de la aprobación de la Ley de las Sociedades de Convivencia. Y, en la medida que no es equiparable al matrimonio heterosexual, ni tiene vigencia a nivel federal, las parejas de las y los homosexuales no tienen acceso al seguro social de su compañero o compañera, ni a una pensión de viudez.
“Ese desequilibrio entre los derechos de las personas heterosexuales frente a la indefensión de las homosexuales, deriva en una situación de doble o triple marginación y opresión de las y los homosexuales que sobrepasan la barrera de los 50 ó 60 años. Las parejas homosexuales trabajan las mismas jornadas y pagan los mismos impuestos que cualquiera, y estas condiciones son por demás desventajosas”, expresó.
Tal situación, en opinión del investigador de la Dirección de Antropología Física (DAF) del INAH, se inserta en una cultura de la inmediatez y de lo efímero, característica de la denominada posmodernidad y que encuentra un espacio de reproducción en el ambiente homosexual, de ahí que las y los ancianos gay tampoco se encuentran dentro de los espacios de su propia comunidad.
Esta exclusión suele darse porque directamente se les impide el acceso a los lugares (que en ocasiones fijan como límites de edad los 18 y 35 años), o bien, porque las y los mismos ancianos se apartan, dadas las dinámicas sociales que en ellos se ofrecen, y que no cumplen ni con sus expectativas ni con sus necesidades.
Explicó que históricamente, en el siglo XIX, los jóvenes homosexuales veían en los hombres maduros con la misma preferencia sexual una persona que podía brindarles protección y aprendizaje en un medio particularmente hostil y cerrado, condición que en las últimas décadas del siglo pasado dio un giro de 180 grados.
“De hecho, un mito en torno al SIDA ha generado la creencia de que no hay posibilidad de contagio si la relación sexual es con un hombre menor a 35 años, por lo que muchos jóvenes homosexuales dejan de utilizar el condón, limitando sus encuentros con personas menores a dicha edad”.
De acuerdo con Xabier Lizárraga, en términos generales y sin considerar deseos particulares, se piensa que los hombres y las mujeres que sobrepasan el medio siglo han perdido la libido y la necesidad del contacto físico y del amor.
“La realidad es que entre todos vamos construyendo un mundo en el que el futuro (la vejez) como seres sexo-eróticos sólo tiene cabida en esporádicas fantasías deprimentes y en sueños tecnológicos (vía el sexo cibernético y la pornografía). Las y los jóvenes homosexuales no parecen estar muy conscientes de que ellas y ellos mismos —si corren con suerte y más rápido de lo que se percibe— dejarán de ser jóvenes deseados, pero seguirán siendo homosexuales deseantes”, afirma.
En ese sentido, para el especialista es necesario no reducir la homosexualidad “a un encuentro en la cama” sino a descubrir los diversos matices de la convivencia en la que bien caben adolescentes, jóvenes, gente madura y de la tercera edad. “Esa es la tarea que nos toca”.
Fuente:CimaNoticias