Thursday, May 08, 2008

 
Keith Haring

De los muros de Nueva York a las galerías de arte

Dos elementos tan sencillos y cotidianos como un rotulador negro y una tiza blanca bastaron a Keith Haring para transformar sus dibujos en obras de arte mundialmente reconocidas. Su talento, su energía y su variada temática, que abarcaba todos los asuntos sociales imaginables, le convirtieron en el grafitero más famoso de la década de los 80. Con motivo de su 50 aniversario, sus admiradores le dedican todo tipo de homenajes.
Sólo tenía 31 años cuando el sida -la enfermedad que acabó con muchos miembros de su generación- le cortó las alas. Sin embargo, pese a su juventud dejó tras de sí una prolífica obra estampada en los más diversos soportes, desde los vagones y las estaciones del metro de Nueva York -la ciudad que más le inspiraba- hasta tazas, camisetas, gorras... Objetos que aún hoy se pueden encontar en la tienda Pop Shop, que él mismo inauguró en 1986.
Desde muy niño Keith Haring, que nació el 4 de mayo de 1958 en Reading (Pensilvania, EEUU), mostró su interés por el dibujo y por la estética de los cómics. Influido por las historias gráficas que le quitaba a su padre y por los dibujos de Walt Disney, comenzó a desarrollar sobre folios su personal estilo, que ya no abandonaría nunca.
Una vez terminado el colegio, Haring tenía claro que el dibujo y el arte iban a formar parte de su vida. Se matriculó en la Facultad Ivy de Arte de Pittsburgh, que orientaba a los alumnos hacia un arte comercial. Pero él tenía otra forma de ver las cosas y, tras un semestre, abandonó la escuela. Se trasladó a Nueva York y, allí, su talento explotó definitivamente. Comenzó a pintar grafitis por la ciudad, cuya seña de identidad eran los esquemáticos muñecos de trazo negro con los que era capaz de reflejar el amor y el sexo, denunciar la violencia y el racismo o alertar sobre la expansión del virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), que a él ya le había alcanzado. A pesar de que le arrestaron varias veces por atentar contra la propiedad pública, nunca dejó de expresarse en las calles y muros de la Gran Manzana.
Coincidió con Jean-Michel Basquiat, con el que congenió enseguida, porque compartían el mismo gusto por la cultura pop, y fue éste, de la mano de su pareja Andy Warhol, quien le abrió las puertas de la alta sociedad neoyorquina, que pronto comenzaría a rifarse sus obras.
Una vez dentro de este ambiente, se codeó con artistas ya consagrados, como el escritor William Burroughs, entre otros. En 1982, su popularidad era tal, que organizó su primera exposición individual, a la que asistió el mismísimo Roy Lichtenstein.
Un año antes de morir, en 1990, le dio tiempo de crear su propia Fundación, que lleva su nombre, y que en la actualidad se vuelca principalmente en acciones sociales que tienen que ver con la prevención del sida.
Con motivo de su 50 cumpleaños, varios clubes neoyorquinos organizan fiestas en su honor, el Festival de Tribeca le recuerda con un documental y sus murales vuelven a estar en boca de todos. Fuente: El Mundo
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