Saturday, July 26, 2008
La falsa medida de la homosexualidad
Hace unas semanas apareció publicado un artículo en el prestigiado Journal Proceedings of the National Academy of Sciences, firmado por Ivanka Savic y Per Lindström, del Instituto Karolinska de Suecia. En él intentan rastrear las determinaciones genético-neurobiológicas de la homosexualidad. Los resultados muestran diferencias entre los cerebros de homosexuales y heterosexuales, lo cual contribuye a profundizar la idea de que las preferencias sexuales tienen una determinación genética.
En el artículo citado se menciona que: “Se ha encontrado recientemente que existe una diferencia entre sujetos homo y heterosexuales en lo que respecta a... los objetos (sic) de atracción sexual.
“Este estudio muestra la existencia de una asimetría cerebral y conexiones funcionales atípicas (sic) en los sujetos homosexuales. Los resultados no pueden adscribirse a los efectos aprendidos y en cambio sugieren una ligazón con las entidades neurobiológicas”.
Este estudio se inscribe en la larga lista de investigaciones dedicadas a indagar las bases biológicas de la sexualidad humana, pero contiene fallas metodológicas que llevan a dudar de la veracidad de sus resultados. Su principal falla, característica de los estudios del determinismo biologicista, es que carece de una teoría de las mediaciones. Este tipo de estudios parten de la idea de que tienen que existir entidades y procesos esenciales en los seres humanos, compartidos con los demás animales y que todos los procesos existentes en el humano se derivan sin ninguna mediación de aquello considerado como esencial. De aquí se desprende que toda conducta humana, en la medida en que deriva directamente de procesos biológicos estrictos, debe ser considerada biológica. No hay diferencias cualitativas en el proceso que va de la síntesis de una determinada secuencia de bases nitrogenadas, que formarán las moléculas de ácidos nucleicos, al proceso social de atracción y encuentro sexual-erótico-amoroso.
Este tipo de razonamientos unidireccionales vulgarizan enormemente los procesos humanos. Al concebir la sexualidad sólo como actividad biológico-reproductiva se llega a una simplificación tal de los individuos que hace incomprensible en un inicio la existencia de formas de sexualidad que no conduzcan a la reproducción biológica, y luego se buscan estas formas de conducta “atípicas” (obsérvese la fuerte carga ideológica del término) en las mismas bases biológicas que en individuos “típicos” generarían la reproducción. De este modo, los términos hombre, mujer, homo y heterosexualidad son conducidos a una expresión paupérrima, y manifiesta un profundo desconocimiento de los elementos constructivistas de los individuos humanos y de sus identidades como seres sociales, no sólo biológicos. Los estudios en cuestión tratan a hombres, mujeres y sus distintas orientaciones sexuales como comportamientos rígidos, claramente demarcados y estereotipados. Pasan por alto la dinámica y la flexibilidad de las conductas humanas, su plasticidad, su modificación permanente. Sus conceptos y categorías usados en estos estudios son una importación mecánica desde el lenguaje cotidiano al lenguaje de la ciencia, sin hacer un esfuerzo por precisarlos. Todos parecen ser tan de sentido común que no necesitan explicarse ni reformularse; tan obvios parecen.
Pero el lenguaje de la ciencia no puede ser así de laxo y vago. En la cotidianidad un hombre, una mujer, un homosexual y una lesbiana pueden ser fácilmente identificables o caracterizables. Un estudio científico sobre la homosexualidad debería expresar con precisión rigurosa cómo en esa cotidianidad un homosexual, una lesbiana o un heterosexual sienten atracción sexual por un tipo de individuos y no por otros. Así las cosas ¿cómo podemos saber a simple vista de qué sexo y género es cada individuo? ¿Por el sexo de las personas? Estrictamente hablando, es muy difícil saber con certeza de qué sexo son las personas con las que topamos por la calle. Mucho menos el género. Esas “evidencias” cotidianas del sexo y género de cada indivisuo se toman indirectamente: tipo de vestimenta, timbre de voz, gestos, ademanes, formas de expresión, aficiones, profesiones, presencia o no de calvicie o de supuestas glándulas mamarias distinguidas a través de la ropa. Es decir, no existe una medida clara ni mucho menos inmodificable del sexo de nadie, mucho menos del género. El grado de complejidad de las relaciones sociales es tal que los ocultamientos y expresiones de la sexualidad están ya grandemente mediados por esas expresiones culturales, las cuales no derivan directamente de los genes ni de las neuronas, ni de las proporciones comparadas de alguna parte del cerebro; son el resultado de cambios cualitativos que tienen lugar en todos los niveles ontológicos, que van desde las biomoléculas hasta la relación social más compleja. Y esto es lo que el determinismo biologicista no comprende por carecer de esa teoría de las mediaciones.
Así, es imprescindible reivindicar la sexualidad humana en todas sus formas, como una expresión de la libertad de decisión y de deseo, no como una codificación biológica en genes o neuronas. Por Julio Muñoz Rubio en La Jornada
En el artículo citado se menciona que: “Se ha encontrado recientemente que existe una diferencia entre sujetos homo y heterosexuales en lo que respecta a... los objetos (sic) de atracción sexual.
“Este estudio muestra la existencia de una asimetría cerebral y conexiones funcionales atípicas (sic) en los sujetos homosexuales. Los resultados no pueden adscribirse a los efectos aprendidos y en cambio sugieren una ligazón con las entidades neurobiológicas”.
Este estudio se inscribe en la larga lista de investigaciones dedicadas a indagar las bases biológicas de la sexualidad humana, pero contiene fallas metodológicas que llevan a dudar de la veracidad de sus resultados. Su principal falla, característica de los estudios del determinismo biologicista, es que carece de una teoría de las mediaciones. Este tipo de estudios parten de la idea de que tienen que existir entidades y procesos esenciales en los seres humanos, compartidos con los demás animales y que todos los procesos existentes en el humano se derivan sin ninguna mediación de aquello considerado como esencial. De aquí se desprende que toda conducta humana, en la medida en que deriva directamente de procesos biológicos estrictos, debe ser considerada biológica. No hay diferencias cualitativas en el proceso que va de la síntesis de una determinada secuencia de bases nitrogenadas, que formarán las moléculas de ácidos nucleicos, al proceso social de atracción y encuentro sexual-erótico-amoroso.
Este tipo de razonamientos unidireccionales vulgarizan enormemente los procesos humanos. Al concebir la sexualidad sólo como actividad biológico-reproductiva se llega a una simplificación tal de los individuos que hace incomprensible en un inicio la existencia de formas de sexualidad que no conduzcan a la reproducción biológica, y luego se buscan estas formas de conducta “atípicas” (obsérvese la fuerte carga ideológica del término) en las mismas bases biológicas que en individuos “típicos” generarían la reproducción. De este modo, los términos hombre, mujer, homo y heterosexualidad son conducidos a una expresión paupérrima, y manifiesta un profundo desconocimiento de los elementos constructivistas de los individuos humanos y de sus identidades como seres sociales, no sólo biológicos. Los estudios en cuestión tratan a hombres, mujeres y sus distintas orientaciones sexuales como comportamientos rígidos, claramente demarcados y estereotipados. Pasan por alto la dinámica y la flexibilidad de las conductas humanas, su plasticidad, su modificación permanente. Sus conceptos y categorías usados en estos estudios son una importación mecánica desde el lenguaje cotidiano al lenguaje de la ciencia, sin hacer un esfuerzo por precisarlos. Todos parecen ser tan de sentido común que no necesitan explicarse ni reformularse; tan obvios parecen.
Pero el lenguaje de la ciencia no puede ser así de laxo y vago. En la cotidianidad un hombre, una mujer, un homosexual y una lesbiana pueden ser fácilmente identificables o caracterizables. Un estudio científico sobre la homosexualidad debería expresar con precisión rigurosa cómo en esa cotidianidad un homosexual, una lesbiana o un heterosexual sienten atracción sexual por un tipo de individuos y no por otros. Así las cosas ¿cómo podemos saber a simple vista de qué sexo y género es cada individuo? ¿Por el sexo de las personas? Estrictamente hablando, es muy difícil saber con certeza de qué sexo son las personas con las que topamos por la calle. Mucho menos el género. Esas “evidencias” cotidianas del sexo y género de cada indivisuo se toman indirectamente: tipo de vestimenta, timbre de voz, gestos, ademanes, formas de expresión, aficiones, profesiones, presencia o no de calvicie o de supuestas glándulas mamarias distinguidas a través de la ropa. Es decir, no existe una medida clara ni mucho menos inmodificable del sexo de nadie, mucho menos del género. El grado de complejidad de las relaciones sociales es tal que los ocultamientos y expresiones de la sexualidad están ya grandemente mediados por esas expresiones culturales, las cuales no derivan directamente de los genes ni de las neuronas, ni de las proporciones comparadas de alguna parte del cerebro; son el resultado de cambios cualitativos que tienen lugar en todos los niveles ontológicos, que van desde las biomoléculas hasta la relación social más compleja. Y esto es lo que el determinismo biologicista no comprende por carecer de esa teoría de las mediaciones.
Así, es imprescindible reivindicar la sexualidad humana en todas sus formas, como una expresión de la libertad de decisión y de deseo, no como una codificación biológica en genes o neuronas. Por Julio Muñoz Rubio en La Jornada