Saturday, July 18, 2009

 


Nuestra Señora de las Flores


“Barcelona, soldados con largo capote vagan por la noche en las Ramblas, entre grupos de manifestantes comunistas y floristas; mariconas que tienen la edad de nuestros padres ejecutan rápidos bailes flamencos en los bares del barrio chino... ¿Pero dónde están los homosexuales en todo esto? En ningún sitio. No hay homosexuales en Barcelona; nada de discotecas, nada del código homosexual habitual”, escribía Guy Hocquenguem en 1977 en La deriva homosexual, y su impresión de la capital catalana estaba filtrada por su experiencia gay en París, donde los lugares de ambiente proliferaban para trazar un circuito, con códigos precisos y rituales calcados de conducta social. Un orden estricto que se transformaría en un modelo internacional de glamour nocturno de la comunidad Glttbi global. De ese orden se excluía a las mariconas travestidas, que supuestamente eran un vestigio de prácticas vetustas que no debían considerarse como propias de los nuevos homosexuales, pronto rebautizados gays. Barcelona, en plena transición democrática tras una dictadura franquista de más de 35 años, respiraba una vida muy particular donde la mezcla de lo marginal y lo tradicional gestaba una contracultura que se expresó sin pedir permisos, con el espíritu libertario de cierto anarquismo español que se mantuvo underground por décadas. El mismo año que Hocquenguem publica su impresión sobre Barcelona, el colectivo de activismo audiovisual Video Nou registra Actuación de Ocaña y Camilo, donde las dos personas del título hacen shows travestidos, que luego convierten en una orgía como acto político: ese video de una bacanal trans se graba en el día de la convocatoria para una marcha donde se exige la derogación de la Ley de Peligrosidad Social, legislación que reprimía toda manifestación de la diversidad sexual. Al año siguiente, Ventura Pons estrena la película Ocaña, retrato intermitente, donde Ocaña desenfunda todo su arsenal de teatralidad verbal y física, exponiendo la seducción y la ideología espontánea de la mariconería libertaria española, que se resistía a ser un modo de consumo. Hablando frontalmente sobre su amor por los muchachos, por los chongos, por los chulos, en épocas donde el silencio era aún sepulcral, Ocaña se convertía en icono de la contracultura sexual.


El puto andaluz

Nacido en 1947 bajo la misma luna andaluza de Lorca, José Luis Pérez Ocaña se crió en Cantillana, pueblo de Sevilla, mamando de niño toda la intensidad religiosa y profana de los rituales vernáculos, donde se mezclaban las procesiones de la Virgen de la Asunción con los carnavales donde su padre barquero iba travestido. Cuando el machismo de pueblo chico lo asfixió, Ocaña marchó a Barcelona, pero no dejó atrás los aires andaluces de su juventud sino que transformó los recuerdos de su tierra en experiencia desafiante a través de su pintura y sus intervenciones urbanas. A principios del ’70, en el último lustro del franquismo, Ocaña era un puto marginal, formaba parte de la fauna del under catalán, y se ganaba la vida como pintor de brocha gorda; aunque también, cuando la policía no lo reprimía, iba a pintar vestido de angelito por las ramblas catalanas y cantaba: “Ay, yo de la vida es que no entiendo ná, el cardo siempre visible y la flor siempre pisá”. Tras la muerte de Franco, en plena transición democrática, Ocaña salía travestido a hacer espectáculos gratis en los cafés públicos, y por eso se lo bautizó “La Reina de las Locas de las Ramblas”. Ocaña ya no quería ser una flor pisada por el heterosexismo, y no sólo embestía las calles cantando canciones tradicionales andaluzas, también hacía nudismo en strip-teases esperpénticos. “Cuando me disfrazo, parezco una pintura negra de Goya. Quiero dar una imagen distorsionada, farsesca”, decía, porque más que travesti, mezclaba insubordinadamente lo femenino y masculino, con mantón de manila y sombrero bombín, o con abanico, peineta y pantalón. La desobediencia indumentaria, el desborde báquico, eran su identidad, y así el punk trans explotó en 1977 en Barcelona, gracias a Ocaña y su vida lumpen como ramblera. “Anarquista, pero sin carnet”, ese año también participó en jornadas libertarias en un parque, donde terminó desnudo con las ropas desgarradas, y expuso su obra en la galería Mec-Mec, que transformó literalmente en su casa por un tiempo: su modo de vida era su mejor obra. Aunque en los antípodas del clero y de la ideología religiosa, sus cuadros, sus muñecos de papel maché y sus muebles restituían una iconografía católica, transformada en “fetiche”, de vírgenes en clave drag queens barrocas y de angelitos algo andróginos.


Alta en el cielo

La notoriedad de Ocaña llevó a Ventura Pons a convertirlo en protagonista excluyente de su ópera prima, que se presentó mundialmente en el festival de Cannes, y que fue una voz desde los márgenes. “A mí me dijo días atrás un mariquita ya mayor, que vio la película mientras lloraba sin parar, porque la historia era su historia, su vida. Y esto ha pasado también con putas viejas. En fin, yo creo que es la película de los marginados, y como en este país todos hemos estado marginados, pues, mira, creo que la gente la va entendiendo muy bien”, decía Ocaña. Antes de que la movida sea patrimonio madrileño, antes de que Almodóvar trastrocara en comedia o melodrama camp la sensibilidad diversa de las calles, Ocaña era el pope de una sensualidad libérrima. Y aunque la película lo hizo trascender de las Ramblas a la popularidad nacional, también lo convirtió en blanco de la represión. En 1978, en un bar que aparece en la película de Pons, Ocaña fue golpeado y encarcelado junto a Nazario, historietista también sevillano y adalid del under catalán, por cantar travestidos en la calle. Las pioneras organizaciones Glttbi de Barcelona hicieron una de sus primeros actos públicos pidiendo la liberación de Ocaña y Nazario, sosteniendo que era una “represión selectiva”, a los gays “que se salen de los bares y zonas que el sistema tolera” porque son “un rentable negocio”. Cuando Ocaña fue liberado, dijo: “He dejado en la cárcel cinco novios... Y muchos amigos. ¡Qué cosas se ven... y se tocan! Para levantarles el ánimo les pinté varias andaluzas que llevan mantón y abanico”. Luego Ocaña convirtió esa represión en obra, en una tetralogía que retrata la violencia policial contra él y Nazario en cuatro cuadros como viñetas de un comic de denuncia, como distintas fases de un vía crucis marica. Ocaña no mermaba, no había rejas que callen su grito de artista homoerótico. Y así, mártir de su propio arte, murió joven en su pueblo natal, donde volvió para participar de la fiesta de la Virgen de la Asunción en 1983: en una procesión se vistió con un traje de papel para sostener un sol de bengalas que terminó incendiando su disfraz, su cuerpo. Fue astro rey, mariposa luminosa, pero el fuego le truncó su vuelo de Icaro: sobrevivió a las quemaduras apenas unos días. “Quiero que cuando me muera me hagan un gran entierro, y que mi féretro sea llevado a hombros por un cortejo de griegos desnudos y, a ser posible, empinados”, dijo en una entrevista. Fue enterrado discretamente en su pueblo, pero en el primer aniversario de su muerte se organizó una festividad en Barcelona, se puso una placa donde vivía y todavía hoy se realiza una procesión en su memoria llamada “Beata Ocaña”.

Fuente: Pagina/12
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