Sunday, September 20, 2009

 
Se estira, pero no se corta


Adoran la música indie y a las míticas divas como Madonna y Kylie Minogue, son hijos de un Chile más desprejuiciado, con paradigma de familia distinta a la clásica. Crecieron viendo a la comunidad gay y adoran los locales para parejas del mismo sexo. Los más osados no temen una noche de encuentro en el Club Miel con un joven del mismo sexo, pero claro, sólo por esa noche.
Son las dos de la mañana de un viernes y el Club Miel está repleto de parejas del mismo sexo que se regalan besos y caricias fogosas. Hace calor y en los cubos para bailar se ve cómo algunos chicos con el pelo planchado -característico de los pokemones- bailan al ritmo de “Osito Gominola”. Un adolescente con una camisa con corbata en versión peto mueve los brazos desenfrenadamente. Dos mujeres se besan en la pista, una tiene el pelo corto, peinado hacía atrás, jeans sueltos y zapatillas Converse. La chica que la tiene tomada por la cintura lleva el cabello largo, camiseta y jeans apretados. En la pista todo es sudor y comienzan a sonar los hits de los noventa que alguna vez fueron la música de míticas teleseries: “Sólo veo inocencia” y “Baila sin parar”. Todos corean. El clímax de la fiesta se alcanza con el hit “Wannabe”, de las extintas Spice Girls.
En los baños, se ven chicas que visten leñadoras y usan piercings, entran tomadas de la mano, se refrescan en el lavabo y se retocan los labios con brillo. Nadie parece divisar al tercer elemento: los héteros, amantes de este ambiente de música de divas y electrónica. Son amigos de los chicos o chicas gay y adoran este circuito donde se respira erotismo y no hay miradas inquisidoras a las parejas gay. Este es un grupo que emergió del gusto por bailar en discotheques como Fausto, Bokhara y Bunkers, y que luego se extendió a locales como La Berenjena y Club Príncipe. Los más osados caminan por la vereda de la homosexualidad sólo por una noche. Éste es un elástico que se tira, pero no se corta.
Claudia tiene 20 años y desde hace dos, en su carrete del fin de semana, contempla ir a bailar a locales como Club Príncipe y Bokhara. Sabe que no encontrará una pareja esa noche, pero dice que sacrificará los encuentros por la compañía de su hermano y sus amigos. “Me criaron de una forma liberal, no tengo rollos con lo que es femenino y lo que es masculino, siento que cada vez hay menos diferencias entre hombres y mujeres y el carrete en estos lugares es buenísimo. Soy hétero, pero una vez me agarré a una mina en la playa, eso no cambió el hecho de que me sigan gustando los hombres”, comenta.
Claudia cuenta que, en aquel encuentro furtivo, “se enamoró de la persona y no del género” y que entre sus amigas, las aventuras lésbicas se han convertido en parte del discurso de conquistas de algunas chicas, “porque dos lesbianas erotizan a los hombres”. Moda pasajera o no, Claudia lanza una sentencia. “Si pensamos en que nosotros seremos los papás del futuro y somos más tolerantes, no encuentro nada de malo en que seamos más flexibles que otras generaciones ”, comenta.
Lo mismo cree Carolina ex otaku. Tiene 19 años y recuerda que comenzó a frecuentar lugares gay y gay friendly por la música pop y electrónica del Club Miel, luego le gustó el ambiente relajado de estos lugares, a los que la llevaba su mejor amigo. “Antes de conocerlos le tenía un poco de rechazo a los gays, pero con mi amigo tengo otro nivel de conexión. Entendí que es muy libre y no tiene tampoco miedo de mostrarme quién es. Todo es más relax, tal como lo es el sexo para ellos, de forma más natural”, dice.

El “hueviado”

Andrea Ocampo es editora de la revista Indie.cl y autora del libro “Ciertos ruidos”, de editorial Planeta, que aborda la realidad de las tribus urbanas chilenas. Ocampo tiene un amplio conocimiento de los jóvenes y de esa generación que nació viendo la legitimación de los gays, incluso audiovisualmente. “No vivieron esa ‘heteronormativa’ de la década de los 80. No creen en la clásica familia del spot de Confort, son generaciones que vienen de familias de papás separados y además son jóvenes que están pasando por una fase exploratoria y la viven con libertad”, comenta.
Según la periodista, para definir a los chicos con relaciones homosexuales casuales -entre los jóvenes-, se utiliza el término “hueviado”. Así se describe a un chico que no es declaradamente gay, pero que se permite una aventura homosexual en el ámbito del carrete. “Es un joven hétero que de repente prueba con jóvenes de su mismo sexo, como una nueva forma de conquista”, define.
La sexóloga y profesora de la Universidad de Santiago Angélica Sepúlveda comenta que esta etapa es parte de una exploración natural, que puede ocurrir incluso después de los veinte años. Recalca que hay que diferenciar la identidad sexual de la orientación sexual, la primera tiene orígenes en la biología y en la química. Sepúlveda comenta que la orientación sexual tiene que ver más con el comportamiento de un adolescente o de un adulto-joven. “En esa fase se encuentran todas las formas de explorar para alcanzar el placer sexual”, comenta.
Para la doctora, éste es un nuevo tipo de sexualidad, explicada en una explosión de nuevas formas de encontrarse entre los jóvenes, sin que esa experiencia o ciertos gustos impliquen un cambio en la identidad sexual. “Una noche con una persona del mismo sexo no te hace ni homosexual, ni bisexual, ni hétero... es sólo una forma de tolerarse y ahora se ha hecho más vistoso”, comenta.

El mapa gay friendly

Andrea Ocampo comenta que el circuito comenzó en locales como Blondie y Stardust (ambos fueron cerrados), las fiestas “I love New York” del Club La Berenjena y las fiestas Garage Music. “Había unas fiestas que se llamaban ‘Party Monster’, como la película de Fenton Bailey, los jóvenes no iban disfrazados, pero sí súper producidos, en estos eventos si que son ‘hueviados’”, comenta.
Johnny Aguirre es fotógrafo y, después de un viaje a París, decidió crear, junto a su pareja y socio Patrick Schneider, un bar en el barrio Bellavista llamado Vox Populi. Su principal objetivo fue terminar con ese ambiente tan lóbrego de los locales gay, para que éste fuera un espacio de real apertura para parejas de cualquier orientación sexual. “Al principio costó un poco que la gente se acostumbrara, pero ahora a mí local entran abuelitas, embarazadas y personas de cualquier orientación sexual”, comenta. Señala que los jóvenes, con el acceso a internet y su conexión permanente con el mundo, tienen bastante menos dogmas que sus antecesores.
Indie, electro y algo de pop. Es la música que Javier Oyarza mezcló para sus fiestas “I love New York”, del Club La Berenjena. Desde entonces captó un target que era el público cautivo de la discotheque Blondie y la Baleduc. Oyarza dice que, para crear esta fiesta, pensó en la música que le gustaría escuchar en un carrete, la mezcló y sacó de la coctelera este evento. El local se llenó de público gay, sus amigos y muchas chicas. Entonces llegó este público gay friendly, el mismo que iba a las fiestas de locales como Ilumnati y Blondie. “Se armó un ambiente tolerante, no como una discotheque hétero donde se miraría mal aun gay y diferente una disco gay, donde se miraría extraño a un punk”, aclara
Alonso tiene de 16 años, vive en Puente Alto, con su madre y su pareja mujer. Dice que es feliz y habla sobre la realidad de preadolescentes gay que tienen amigos héteros, donde los prejuicios entre unos y otros se han ido difuminando cada vez más. “Supongo que las generaciones de hoy tienen menos trancas y por eso se sienten cómodos en espacios gay. Mi mamá es lesbiana y no tengo la noción de otra forma de familia. Supongo que en estos lugares de carrete también pasa lo mismo: uno se va a acostumbrando a ver parejas gay, a compartir con ellos y quizás hasta a probar.

Fuente:La Nación
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