Tuesday, January 19, 2010
El otro lado del armario
Cuando su hijo salió del armario, Adela entró en él. Se encerró en casa para que los vecinos no le preguntaran por la homosexualidad de su vástago adolescente. Cayó en una profunda depresión y se negó incluso a mantener relaciones sexuales con su marido. Todos los prejuicios del mundo gay la hundieron en un mar de angustias: ¿lo discriminarán en clase?, ¿encontrará trabajo?, ¿se aprovecharán de él?, ¿acabará solo?, ¿será promiscuo?, ¿cogerá el sida?, ¿qué dirá la gente? Adela es un nombre inventado, pero su caso es tristemente real.
En la avanzada generación del orgullo gay, las bodas homosexuales y las adopciones permitidas a familias homoparentales, muchas Adelas han llamado casi desesperadas a las puertas de la Asociación de Madres y Padres de Gays, Lesbianas, Bisexuales y Transexuales menores de edad en Valencia (Ampgyl). «Que tu hijo sea gay todavía es una mala noticia», afirma muy a su pesar María José Vivo, la portavoz del colectivo. «No hay que negarlo: aunque se ha avanzado mucho, nuestra cultura aún es homófoba y tenemos miedo al condicionamiento social. Y al principio —agrega— los padres pasan grandes miedos».
Aunque están desapareciendo a marchas forzadas, todavía hay casos de padres que rechazan tajantemente la homosexualidad de su hijo. «Mientras seas maricón no eres mi hijo», le dijeron en casa a un joven que recurrió a Ampgyl. Hay pocos casos extremos de este tipo, pero un 47% de los adolescentes y jóvenes no heterosexuales considera negativa la actitud de su familia con respecto a su condición sexual. La otra mitad de padres lo comprende y quiere ayudar a sus hijos en ese proceso difícil marcado por la soledad. Pero para poder prestarles su apoyo, muchos progenitores han de superar antes sus propios problemas. En la asociación Ampgyl es donde pueden encontrar el empujón necesario.
El primer paso es aceptarlo. A María Antonia Marco, su hijo se lo confesó a los 17 años. «Aunque mi marido y yo teníamos intelectualmente asumido el tema de la homosexualidad, nos quedamos chafados, porque todo lo que no sea normal te complica la vida. Sin embargo, empezamos a asumirlo al contactar con la asociación y compartir la cuestión con otras personas en la misma situación. Eso da mucha fuerza», asegura.
Después llega otra fase: derrocar tabúes. «La homosexualidad no es pecado, ni delito, ni vicio ni enfermedad. Y eso hay que explicarlo a los familiares, especialmente a las madres, que llegan a nosotros con muchísimo miedo por lo que pueda pasarle a su hijo», remarca María José Vivo. En realidad, es una tarea muy simple y fácil de resumir. El camino de la promiscuidad es una decisión suya, como la puede escoger cualquier heterosexual. Ante el sida también tienen los mismos peligros: existen prácticas de riesgo, pero no grupos de riesgo. Y en España ya pueden formar un matrimonio y tener hijos. Los prejuicios, uno tras otro, van cayendo.
Hay una tercera prueba de fuego muy delicada para los padres: salir del armario, esta vez de forma doblemente figurada, y hablar en público de la homosexualidad de su hijo. Resulta especialmente difícil a los padres varones. Salvador Cervera lo tuvo que hacer. «La auténtica inquietud para el padre de un chico gay es cómo se desarrollará tu hijo en la sociedad y los problemas que podrá tener», pero también pesa «el qué dirán de ti», cuenta Salvador. Por eso, añade, «respiras cuando das el paso y sales del armario como padre». En su caso, a partir de ese momento, el entorno de amistades y compañeros en el que se movía «dejó de tratar temas homófobos y de hacer chistes de maricones», revela. «En general, la gente es respetuosa», cuenta Salvador. Pero en los pueblos cuesta más que los padres hablen con franqueza de la condición homosexual de su hijo. «Allí condiciona mucho el qué dirán y los sambenitos que te puedan colgar», aseguran desde la asociación.
Altos índices de suicidio
¿Por qué es tan importante que los padres de gays y lesbianas adolescentes estén preparados para ese cambio de chip? Sólo hay que ver los ojos de María José Vivo y escuchar su letanía para responderse a la pregunta. «Estos chicos están estigmatizados sin haber hecho nada. Viven en una soledad terrible. Sufren acoso escolar, pasan verdaderos tormentos en los gimnasios o en las duchas comunes, y caen en depresiones. Además, es un sector de adolescentes con altos índices de suicidio [diez veces más que los heterosexuales en Estados Unidos]. Y la familia es clave para darles autoestima y seguridad», afirma María José Vivo.
A pesar de las apariencias (especialmente las reflejadas en televisión), los padres consultados aseguran que vivir y convivir con la homosexualidad es una lucha difícil. «Algunos —asegura la portavoz de Ampgyl— piensan que no podemos pelearnos contra un mundo donde la homofobia está presente. Que esto es una utopía de cuatro padres que luchan como quijotes. Pero son nuestros hijos; es lo que más queremos». Por ello pretenden ayudar a otros padres. Para que acepten a sus hijos, se despojen de temores irracionales y, de ese modo, puedan ayudar a unos jóvenes que consumen la adolescencia sin haberla vivido. El objetivo final es que no quede nadie en el ignominioso armario de la homosexualidad. Ni padres ni hijos.
Fuente: Levante
Cuando su hijo salió del armario, Adela entró en él. Se encerró en casa para que los vecinos no le preguntaran por la homosexualidad de su vástago adolescente. Cayó en una profunda depresión y se negó incluso a mantener relaciones sexuales con su marido. Todos los prejuicios del mundo gay la hundieron en un mar de angustias: ¿lo discriminarán en clase?, ¿encontrará trabajo?, ¿se aprovecharán de él?, ¿acabará solo?, ¿será promiscuo?, ¿cogerá el sida?, ¿qué dirá la gente? Adela es un nombre inventado, pero su caso es tristemente real.
En la avanzada generación del orgullo gay, las bodas homosexuales y las adopciones permitidas a familias homoparentales, muchas Adelas han llamado casi desesperadas a las puertas de la Asociación de Madres y Padres de Gays, Lesbianas, Bisexuales y Transexuales menores de edad en Valencia (Ampgyl). «Que tu hijo sea gay todavía es una mala noticia», afirma muy a su pesar María José Vivo, la portavoz del colectivo. «No hay que negarlo: aunque se ha avanzado mucho, nuestra cultura aún es homófoba y tenemos miedo al condicionamiento social. Y al principio —agrega— los padres pasan grandes miedos».
Aunque están desapareciendo a marchas forzadas, todavía hay casos de padres que rechazan tajantemente la homosexualidad de su hijo. «Mientras seas maricón no eres mi hijo», le dijeron en casa a un joven que recurrió a Ampgyl. Hay pocos casos extremos de este tipo, pero un 47% de los adolescentes y jóvenes no heterosexuales considera negativa la actitud de su familia con respecto a su condición sexual. La otra mitad de padres lo comprende y quiere ayudar a sus hijos en ese proceso difícil marcado por la soledad. Pero para poder prestarles su apoyo, muchos progenitores han de superar antes sus propios problemas. En la asociación Ampgyl es donde pueden encontrar el empujón necesario.
El primer paso es aceptarlo. A María Antonia Marco, su hijo se lo confesó a los 17 años. «Aunque mi marido y yo teníamos intelectualmente asumido el tema de la homosexualidad, nos quedamos chafados, porque todo lo que no sea normal te complica la vida. Sin embargo, empezamos a asumirlo al contactar con la asociación y compartir la cuestión con otras personas en la misma situación. Eso da mucha fuerza», asegura.
Después llega otra fase: derrocar tabúes. «La homosexualidad no es pecado, ni delito, ni vicio ni enfermedad. Y eso hay que explicarlo a los familiares, especialmente a las madres, que llegan a nosotros con muchísimo miedo por lo que pueda pasarle a su hijo», remarca María José Vivo. En realidad, es una tarea muy simple y fácil de resumir. El camino de la promiscuidad es una decisión suya, como la puede escoger cualquier heterosexual. Ante el sida también tienen los mismos peligros: existen prácticas de riesgo, pero no grupos de riesgo. Y en España ya pueden formar un matrimonio y tener hijos. Los prejuicios, uno tras otro, van cayendo.
Hay una tercera prueba de fuego muy delicada para los padres: salir del armario, esta vez de forma doblemente figurada, y hablar en público de la homosexualidad de su hijo. Resulta especialmente difícil a los padres varones. Salvador Cervera lo tuvo que hacer. «La auténtica inquietud para el padre de un chico gay es cómo se desarrollará tu hijo en la sociedad y los problemas que podrá tener», pero también pesa «el qué dirán de ti», cuenta Salvador. Por eso, añade, «respiras cuando das el paso y sales del armario como padre». En su caso, a partir de ese momento, el entorno de amistades y compañeros en el que se movía «dejó de tratar temas homófobos y de hacer chistes de maricones», revela. «En general, la gente es respetuosa», cuenta Salvador. Pero en los pueblos cuesta más que los padres hablen con franqueza de la condición homosexual de su hijo. «Allí condiciona mucho el qué dirán y los sambenitos que te puedan colgar», aseguran desde la asociación.
Altos índices de suicidio
¿Por qué es tan importante que los padres de gays y lesbianas adolescentes estén preparados para ese cambio de chip? Sólo hay que ver los ojos de María José Vivo y escuchar su letanía para responderse a la pregunta. «Estos chicos están estigmatizados sin haber hecho nada. Viven en una soledad terrible. Sufren acoso escolar, pasan verdaderos tormentos en los gimnasios o en las duchas comunes, y caen en depresiones. Además, es un sector de adolescentes con altos índices de suicidio [diez veces más que los heterosexuales en Estados Unidos]. Y la familia es clave para darles autoestima y seguridad», afirma María José Vivo.
A pesar de las apariencias (especialmente las reflejadas en televisión), los padres consultados aseguran que vivir y convivir con la homosexualidad es una lucha difícil. «Algunos —asegura la portavoz de Ampgyl— piensan que no podemos pelearnos contra un mundo donde la homofobia está presente. Que esto es una utopía de cuatro padres que luchan como quijotes. Pero son nuestros hijos; es lo que más queremos». Por ello pretenden ayudar a otros padres. Para que acepten a sus hijos, se despojen de temores irracionales y, de ese modo, puedan ayudar a unos jóvenes que consumen la adolescencia sin haberla vivido. El objetivo final es que no quede nadie en el ignominioso armario de la homosexualidad. Ni padres ni hijos.
Fuente: Levante