Saturday, February 13, 2010

 

Pura sofisticación

Todo en él remite a la sofisticación. Y todo en su película remite a la sofisticación. Tom Ford, diseñador de moda, famoso por salvar a la marca Gucci de la quiebra y llevarla hasta la cúspide, es la sofisticación en persona, eso que ahora se empeñan en llamar cool. Para bien y para mal. Un hombre soltero, su primer acercamiento al mundo del cine, es la sofisticación hecha película. ¿En exceso? Quizá sí, porque puede llegar a nublar todo lo demás, porque en algún momento camina por el alambre de la vacua grandilocuencia. Y, sin embargo, el suyo es un trabajo sorprendente para un debutante.
La hermosa fotografía, áspera en las partes en color, brillante en las de blanco y negro, creada por el joven barcelonés Eduard Grau; el cortante montaje, cercano a la técnica del cut-up practicada en los setenta por el gran Nicolas Roeg, que sacaba del convencionalismo la línea narrativa habitual; la utilización de la música, tanto de la partitura creada por el polaco Abel Korzeniowski como la introducción de temas tan exquisitos como el Stormy Weather, de Etta James, o el Green Onions, de Booker T. & The MG's; la arquitectura, de la que al parecer Ford es un ilustre fanático, ejemplificada en esa casa de cristal donde vive el protagonista; y, por supuesto, la moda, otra de las joyas de la película. Un hombre soltero es puro refinamiento en todos sus ámbitos, aun a riesgo de resultar cargante en algunas de sus secuencias, como ese perro con olor a mantequilla mostrado a cámara lenta con innecesaria delectación.
¿Y la historia? Bien, gracias, pero menos. Basada en una novela de Christopher Iserwood, la película cuenta el derrumbe físico y psíquico de un profesor universitario homosexual que pierde en un accidente a la que fuera su pareja durante años. Película sobre el miedo del individuo a la soledad, y sobre el miedo de la sociedad a las minorías, sobre todo, como dice en una de sus clases el protagonista, "a aquellas que resultan invisibles, porque así resultan más peligrosas". Un hombre soltero podría definirse también como una película de amor, entendido en una doble vertiente: el amor por la pareja querida y el amor por uno mismo.
El personaje que interpreta con apesadumbrado dolor Colin Firth, candidato al Oscar al mejor actor, es un hombre que se idolatra en todos los aspectos. Tanto, que por ello le cuesta horrores llegar a un suicidio que pretende tan perfecto como ha sido su vida. De otro modo no puede entenderse el inverosímil desenlace (que nos cuidaremos de no desvelar), sino como pura metáfora del poder de la naturaleza por encima de la egolatría de un muerto en vida. JAVIER OCAÑA en El País
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